Hace un año, seis niños de la comunidad Warao de Cambalache fallecieron, víctimas de una amalgama entre desasistencia médica y desnutrición. En ese momento, la reacción del Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas, la Gobernación del estado Bolívar y la Alcaldía fue inmediata, y las promesas, tan frondosas como firmes.
Hoy, ninguno de esos ofrecimientos se ha concretado, mientras que los indígenas subsisten entre la miseria que tiñe la orilla del Orinoco en la que están asentados.
Otras veces, “con suerte”, los indígenas consiguen pollo descompuesto y lo cocinan con los tubérculos, para luego comerlo como si fuera un manjar, sin importar el mal estado. La escena es más común de lo que se cree, al igual que otras relacionadas con la extrema pobreza.
Mientras las madres cocinan en los fogones rudimentarios, los infantes andan desnudos y descalzos, divirtiéndose con muñecas sin cabeza, carritos rotos y balones remendados.
Los más pequeños tienen una barriga abultada, muy probablemente a causa de las lombrices. En sus miradas hay inocencia y una alegría que desconoce la crudeza con la que pasan sus días.
En medio de ese panorama desalentador, las esperanzas parecen perdidas, y quienes viven allí así lo expresan, encogiéndose de hombros mientras miran al río Orinoco, el único que no los desampara pues les permite comunicación con su estado nativo, Delta Amacuro, y les provee de pesca.
Indiferencia gubernamental
Pedro La Rosa, vocero del consejo comunal del lugar, expresa su desconcierto ante la indolencia de las autoridades (el Gobierno no ha cumplido ni la cuarta parte de las promesas) aunque asegura que hay algunos avances y “gracias a Dios”, durante este año no ha muerto ningún niño.
Con la mirada en el piso, el vocero comenta que el único sustento de los indígenas sigue siendo ir a hurgar entre los desechos del vertedero municipal.
“Las personas siguen entrando a Cambalache. La necesidad es una obligación y hay necesidad de comer, de vivir. Aquí no hay otra cosa que el basurero; quisiéramos otra cosa, pero no la hay”, asegura.
Bitácora del incumplimiento
Hace exactamente un año, la titular del Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas, Nicia Maldonado, junto con autoridades de la Gobernación, el Consejo Legislativo del estado Bolívar, la Alcaldía de Caroní y otras instituciones, fue para la comunidad ofreciendo soluciones a la miseria de estos waraos desplazados por el cierre del caño Mánamo, ubicado en Delta Amacuro.
Las propuestas contemplaban la construcción de más viviendas, en la que participase la comunidad como parte de la mano de obra; la demarcación de un área socioproductiva comunal para la cosecha, la instalación de un comedor comunal, generación de empleos formales no relacionados con la recolección de basura y la prestación de servicios médicos constantes.
Afirma La Rosa que lo único que se ha cumplido es la atención médica. Con frecuencia, asisten una enfermera y personal especializado para revisarlos o darles medicamentos. Sin embargo, han tenido casi un centenar de casos de paludismo, en su mayoría de hermanos Warao que vienen huyendo de los caños, y otros de la misma comunidad que han caído en cama.
Aparentemente la ausencia en la concreción de los proyectos prometidos es la falta de recursos. El representante del consejo comunal sostiene que eso le han dicho desde el ministerio indígena a través de un vocero que nunca volvió a la comunidad.
“Nos dijeron que iban a darnos menos dinero porque no había, que los recursos no estaban. A mí no me parece, si dan menos no se puede hacer lo que se prometió y queremos que cumplan con todo, ya no sé qué pensar. Estamos olvidados”, sostiene Pedro La Rosa.
Travesía desde el Delta
La comunidad de Cambalache, ubicada a orillas de río Orinoco, en Puerto Ordaz, está conformada por dos escenarios. El primero: las familias que desde que hace más de una década migraron desde Delta Amacuro y se asentaron allí; el segundo: los centenares de aborígenes que realizan travesías de dos y tres días de navegación para llegar al vertedero municipal y, una vez allí, abastecerse con enseres, ropa, y todo aquello que fue desechado pero que aún puede ser de utilidad.
La naturaleza del viaje hace que estas personas lleguen a Guayana con enfermedades y deshidratación que, en muchos casos, se agravan al ser expuestos a la situación del vertedero municipal. Pese a ello, es la única forma que muchos encuentran para subsistir y obtener lo que en otros lados no podrían por sus escasos ingresos.
La migración constante es cada vez más común, y en la margen del Orinoco se pueden ver las decenas de ranchos improvisados que son montados una y otra vez para alojar a estos nómadas que buscan una salida a su necesidad, sin que su situación sea atacada de raíz en Delta Amacuro y Bolívar.
Natalie García
Fotos William Urdaneta
Fotos William Urdaneta
Fuente: Correo del Caroní
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