Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Supongo que es una de las palabras adecuadas para describir lo que muchos hemos sentido asistiendo al espectáculo Aponte Aponte por la TV y sus secuelas
Vergüenza de ser público de esta inmensa farsa en que se ha convertido el país, que por crítico que se sea, no deja de generar alguna dosis de culpabilidad. Al fin y al cabo es el país de todos, el lar, la vecindad. La cuna y los ancestros, la infancia, la luz entrañable, los afectos, los hijos, nuestras lápidas.
Ese señor fue hasta ayer y durante años un magistrado del Tribunal Supremo, presidente de su Sala Penal, protagónico actor de sentencias vitales para la República. Vestido sin decoro, exhibiendo sus prominencias corporales, sudoroso, con un verbo atroz y un coeficiente intelectual paupérrimo. Acusando al estamento gobernante, a todos los poderes, de la mayor descomposición cívica y moral imaginable, dándole carne y hueso a todos los fantasmas que conocíamos pero que nunca habíamos visto tan cercanos y sin velos. Acusándose a sí mismo de sumisión y de actos delictivos, sin que podamos saber cuánto hay de miedo y de deseos de venganza en esa autohumillación sin continencia que le da una sobredosis de realismo a todo lo que dice.
Certificamos demasiadas verdades porque ya eran del dominio público y sería absurdo desconocer al magistrado su carácter de testigo de excepción. Y suponemos muchas piezas escondidas en las mangas de los jugadores de esta partida siniestra; entre otras las razones que han llevado a tales extremos ese deslave que viene creciendo ya desde hace mucho. Y sospechamos que al parecer ya nada puede detenerlo porque ha puesto sobre el tablero cosas definitivamente esenciales para la vida nacional y las tristes letanías de siempre en defensa del "honor patrio", para empezar las villanías del Imperio que todo lo explica, no resultan barreras suficientes para restituir el silencio, las mordazas.
Este desgarramiento moral sucede, además, en un momento ya de por sí temible. Un innegable vacío de poder a causa de la enfermedad presidencial y la consecuente lucha de jaurías que aspiran a la posible herencia. No es de extrañar que mucho de lo que hemos referido tenga no pocos nexos con esa batalla hasta ahora asordinada. Tampoco es un factor menor la próxima contienda electoral que muchos temen, algunos hasta por su propio pellejo. Para no desglosar la crisis nuestra de cada día: la morgue, el agua o la inflación. Y un gobierno dispuesto a cualquier desvarío, a todo menos a la prudencia y el dialogo que pudiesen alejarnos de riesgos abismales.
¿Qué se quiere decir con un Comando Antigolpe, por ejemplo? Viniendo éste de quienes se ufanan, sin recato, de que los únicos que pudiesen dar ese golpe, los cuarteles, son descaradamente chavistas. O esa premisa es definitivamente falsa, quién quita, o ese amenazante pecado de lesa constitución es la manera, la más brutal y seguramente sangrienta, de remediar lo que resulta irremediable después de tantos cataclismos y, ahora, tantos temores al futuro: a ese pacífico candidato que anda de casa en casa augurando días más claros.
El caso Aponte apenas comienza, traerá nuevos sobresaltos poco previsibles. Los que seguimos manteniendo la esperanza de encontrar otro clima republicano no tenemos más opción que empeñarnos en la vía democrática, cada vez más democrática. Es un arma poderosa porque, justamente, no es un arma.
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