Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Hace unos meses se nos ocurrió llamar gorilofilia a esa pasión desenfrenada de Chávez y muchos de los suyos por cuanto líder bandolero se les pone a la vista. Curiosa porque lo esencial de esas figuras, hay muchas diferencias entre ellas, es su voluntad sanguinaria y despótica.
Además, mientras más bestia mejor. La cosa empezó por casa, con el culto a Pérez Jiménez. Pero después no tuvo fronteras. Montesinos, que vivió huyendo entre nosotros. El fascista de Ceresole. Una carta balurdamente poética a El Chacal. Gadafi, siempre Gadafi. Hussein. Lukashenko, quien nos honrará con su presencia en pocos días (ojo y se acerca al CNE, es su especialidad). Al Bashir, invitado a visitarnos, protegiéndolo de la Corte Criminal Internacional por sus cuatrocientos mil muertos. El pitecantropus de Zimbabue. La nostalgia por Idi Amin. Ahmadineyad, sus átomos, sus masacres y lapidaciones. Para no hablar sino de algunos de los más indiscutibles, porque los hermanitos Castro, verbigracia, no hay duda de que tienen con qué. Bueno, y todos ellos fraternizados, alabados, regalados, manoseados... toma tu espada del Libertador, hombre de Dios.
Las loas pueden llegar a las alturas de aquella inolvidable de Gadafi, el Bolívar libio. Las payasadas son de rigor.
Pero ese circo no es risible. Todos esos carajos tienen las manos llenas de sangre, de muerte, de torturas, cárceles, despotismo. Y cada carantoña que les hace el caudillito criollo es una bofetada a esos países oprimidos, un innoble acto de complicidad con sus crímenes. Y eso se paga. Dime con quién andas y ya sabes lo que te dirán.
Ahora estamos con Siria. Y de paso contra el mundo, porque después de la masacre de Hula hasta los chinos y los rusos han variado su mísera posición y hasta el mismísimo Ahmadineyad ha debido abogar por una investigación. Por no hablar de los principales países de Occidente que han echado, en horas, a los diplomáticos sirios. Y si bien, como siempre, puede haber versiones extremadamente tendenciosas, eso siempre pasa (¿no es verdad, Izarrita?), pero nadie serio tiene dudas sobre las culpas del gobierno de Al Assad, ni siquiera el compañerito Chomsky, quien habla abiertamente de dictadura y masacre. Y a nosotros nos agarra esta debacle de los derechos humanos comerciando con los asesinos y después que los cancilleres de la ALBA, piratas de siete mares, fueron a reverenciar al régimen genocida en su propia guarida. Seguro para ganar puntos con los "amigos", rusos, chinos e iraníes. Lacayitos que somos de esas nuevas formas de imperialismo.
Pero, insistimos, más allá de nuestra triste política exterior y sus cortos o delirantes objetivos pareciera que una dosis irracional de exhibicionismo desafiante, de ignorancia supina, de sublimación de las armas y la violencia, de irresponsabilidad y de ausencia de moral, de gorilofilia pues, es indispensable para explicar nuestras andanzas entre esos miles de cadáveres que caen en las calles de Siria y producen estupor y rechazo en un mundo endurecido, acostumbrado a convivir con el horror que ha conocido en casi todas sus modalidades.
Siria está lejos pero esa sangre es muy próxima y nos salpica y nos deshonra.
Sangre de los otros, idéntica, indiscernible, de la nuestra. Sangre de la especie, de todos.
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