Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Del 1 de julio a la fecha de hoy tenemos ya tres semanas y piquito de campaña electoral. Tiempo más que suficiente para resumir algunas observaciones sobre ella.
TalCual ha seguido de cerquita ambas campañas. Arranquemos con Chávez. La primera constatación es que a los diez o quince minutos de haber comenzado su sempiterna perorata, la gente empieza a abandonar el lugar y para el momento en que va terminando sólo queda el grupito que rodea la "carroza".
¿Cómo explicar esto? ¿Hastío? ¿Fastidio? ¿Ese discurso ya me lo sé de memoria? Puede haber más de una explicación, pero lo cierto del caso es que los tiempos en que decenas de miles de personas quedaban hipnotizadas por su feroz verbo, sus chistes majunches y las historias de la abuela Rosinés, ya no existen. Eso se acabó.
La devoción con la cual era escuchado y seguido ya se extinguió y eso traduce una evidente caída en su capacidad de atraer votos. Trece años de verborragia, de palabras sin hechos que las acompañen, han hecho su efecto.
Lo que queda es un hombre con una gigantesca bolsa de dinero, que es lo que anima a la gente que todavía se acerca a él o a sus guardaespaldas para dejarles un papelito con peticiones que en trece años nunca han sido escuchadas.
En segundo lugar, los técnicos electorales de Chávez ya saben que sus actos deben hacerse en espacios reducidos; en calles estrechas, donde la carroza pueda coparlas de lado a lado. La gente que ha sido trasladada de otros sitios se queja de que ahora no "dan" ni el sandwchito ni los refrescos o cervezas de antes. En fin, la radiografía de un mitin de Chávez muestra, en la propia actitud de los participantes, el sombrío rostro de la derrota. Son actos sin alma. ha
Por otro lado, mientras en tres semanas Capriles ha "campañeado" todos los días, en una épica marcha hacia la victoria, durante la cual ha realizado más de cincuenta actos de calle (contra sólo cuatro de su contendor), en ciudades grandes y pequeños pueblos. Los mítines de las grandes ciudades forman parte de la antología de los actos gigantes que se han visto en las campañas electorales. Son actos con muy poca gente de afuera. Los participantes son casi todos habitantes de la ciudad o de la aldea. Todos van por propia voluntad y no arreados por el chantaje del despido o de la represalia. El tamaño de los actos tiene en el caso de Capriles una significación política. En este país dividido y polarizado, los adversarios de Chávez sienten una necesidad digamos que existencial, de involucrarse en la campaña, así sea como asistentes a un mitin de alguien que ha hecho posible lo que parecía imposible: derrotar a Chávez. Participar de esa emoción, de sentirse parte de una mayoría que puede ganar las elecciones en las condiciones de neurosis y de odio, amén de invencibilidad, que Chávez ha creado en el país, es algo de lo que nadie se quiere privar.
Por eso, en Maracaibo o en Turén, todo el mundo coge la calle al paso de Capriles. Son multitudes vibrantes y enérgicas, que siguen creciendo aún después que el candidato se retira hacia su siguiente destino, y están compuestas por gente que va a votar y que no tiene miedo. Tres semanas han sido suficientes para poder prever el desenlace: la victoria de Henrique Capriles Radonski.
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