Foto de archivo |
Se reveló, o reveló una parte de su físico ya convertido en polvo, ante unos obreros que tuvieron tiempo de captar la fugaz imagen en la cámara de un teléfono celular. Estaba allí la santa faz, en una pared de la construcción, porque para volver prefirió el humilde lugar a un lujoso palacio y en vez de burgueses explotadores a los obreros para quienes inició su cruzada de regeneración mientras hizo su peregrinaje en este valle de lágrimas.
Quizá no imaginaron esos señores metidos en la profundidad de un subterráneo que así lograban el portento de dejarle al evangelista anunciador la primera reliquia de la nueva religión republicana. Porque cuando se apareció como pajarito solo el prelado sucesor lo vio, apenas el bienaventurado heredero se deleitó con sus amables trinos. Fue una manifestación exclusiva, de la cual únicamente pudo dar testimonio el partícipe del milagro. Hacían falta los tres pastorcitos, los ingenuos comunicadores de la buena nueva, los inocentes que no levantan sospechas y pueden, por consiguiente, convertirse en divulgadores genuinos del retorno de la luz. Y aparecieron los pastorcitos, cámara en mano. Quién sabe si José Gregorio metió su venerable mano en el asunto, como señal de gratitud con el jerarca de la iglesia revolucionaria que ahora se está ocupando de mover ante el solio de Francisco el demorado asunto de su beatificación. Isnotú se acerca hasta los senderos del Metro para la elevación de una próxima imagen de procedencia venezolana hasta las alturas de un gigantesco altar.
Queda una foto de la santa faz, por fortuna, para que nadie intente parábolas burlistas de lo que es, según el evangelista anunciador, evidencia fidedigna de la resurrección del Gigante. No creemos que el evangelista anunciador permita un examen del testimonio, como se ha hecho – perdonen el atrevimiento de la comparación, que apenas se hace para ilustrar sin dejar dudas- con el santo sudario que fue sometido a científico examen para que se disiparan las cavilaciones sobre la supuesta manipulación de un objeto famoso por parte de la Iglesia católica. Pero no hace falta, no hay que perder el tiempo en operaciones malintencionadas, la aparición del Metro fue tan categórica que no se requieren pruebas que la ratifiquen. Con la fe del pueblo revolucionario basta.
Además, y por si fuera poco, ya el divino rostro hizo un primer milagro que está a la vista de todos. Convirtió al alcalde Jorge Rodríguez en el primer sacristán de la imagen. Ese muchacho otrora ateo y militante del materialismo marxista, primero se postró ante la faz del Gigante y después se levantó con celeridad del reclinatorio para mostrarla ante los incrédulos junto con el evangelista anunciador. Apenas le faltó llevarla en procesión por los pasillos de Miraflores, pero el rito parece que está en sus planes. ¿Quieren una prueba más contundente del acontecimiento sobrenatural, incrédulos y heréticos lectores?
Cort. El Nacional
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