ELIANA PANTOJA/TalCualDigital
Viernes caótico en el ferrocarril del Tuy. Eso fue lo que los usuarios del servicio de transporte vivieron desde las 2 de la tarde del primero de noviembre, luego de que se registraran fallas eléctricas en el sistema. Según, y que se robaron unos cables. ¡Tremendo regalo de inicio de la Navidad!
Con todo y "retreta", al mejor estilo de antaño, recibiendo a los pasajeros que no tardaron en manifestar su frustración. Sólo tienen que hacer un ejercicio de imaginación, mientras siguen esta crónica que preparé con mucha perturbación.
Saliendo muy contenta de la estación La Rinconada del Metro de Caracas, me encontré cerca de las 3.30 de la tarde con otro centenar de pasajeros.
En la medida que subíamos las escaleras mecánicas, escuchábamos más y más fuerte la melodía de un conjunto musical el cual, en vivo, interpretaba aquellas canciones que tanto gustan a los abuelitos. Al llegar al pasillo que comunica a la entrada del Ferrocarril para Valles del Tuy, nos percatamos que éste se encontraba abarrotado de gente.
Creo que por un momento todos asumimos que se trataba de un festejo para recibir la temporada navideña. Pero el encanto duró poco, pues al acercarnos a los torniquetes de ingreso al sistema nos dimos cuenta que "tren, no hay".
¡Susto! ¿Y para dónde agarrar con esa "pata" hinchada. Dicen que chivo que se devuelve se esnuca. Pero aquí como que esa regla no aplica. Al activar mis cinco sentidos, mejor dicho 6 y más, entendí que estaba en medio de una "turba de gente arrechísima". Todos querían llegar a su casa como fuera posible.
Los usuarios empezaron a golpear las taquillas y brincar los torniquetes, pues a éstos les suspendieron la energía para que no abrieran y evitar que ingresaran más personas a los andenes que ya estaban repletos. Empujones e insultos no se hicieron esperar.
En el ambiente apenas se escuchaba la voz de un tímido trabajador ferroviario indicando por un parlante que el sistema presentaba "un leve retraso". Una vez más, ausencia de información oportuna y veraz por parte del personal del sistema.
Mantengan la calma señores usuarios que el tren se hunde...y no hay salvavidas. Y digo se hunde, porque me sentí como la Rose de la película Titanic cuando naufraga aquel gigante trasatlántico en medio del océano.
Esa escena memorable de los pasajeros corriendo histéricos por la cubierta mientras tocaba la banda del barco, se repitió en esta indomable tierra venezolana. Los músicos de la retreta que nos habían dado la bienvenida alegremente nunca dejaron de tocar. Parecía que estaban poseídos por sus colegas del memorable barco que interpretaron sus acordes hasta el terrible final.
La única diferencia es que yo no estaba con Leonardo DiCaprio. A mi brazo se enganchó una humilde viejita que no sabía qué hacer en medio del estupor. "Mija, cómo salgo de aquí". Nada, abuelita, "paticas pa ´qué tengo". Corri- mos por las escaleras mecánicas que conducen hacia las inmediaciones de La Rinconada cuando nos dimos cuenta de que los funcionarios ferroviarios comenzaban a trancar el acceso externo a la estación. ¿Cómo que están locos? ¿Nos van a encerrar en este manicomio?
La verdad que fue lo mejor, pues ya se encontraban en las afueras otros cientos de pasajeros más desconcertados por el colapso. Si llegaban a ingresar, quién sabe qué pasaría cuando se juntaran el hambre con las ganas de comer.
Viejita en brazos corrí escaleras abajo, y en medio de la estampida un funcionario, preocupado por las canas de mi acompañante, me sugirió sacarla cuanto antes. En el transcurrir de los minutos la retreta sonaba y sonaba cada vez más fuerte.
Creo que su intensidad aumentaba al mismo nivel de los gritos de la gente, que continuaba llegando a "borbotones" a través de la línea 3 del Metro. Intuimos que en algún momento podían cerrar también las puertas hacia esa estación y ahí sí, a llorar "pa'l Valle". Así que, antes de que la cosa se pusiera mucho peor, corrimos a toda máquina, sin mirar atrás no nos fuéramos a convertir en estatuas de sal, hasta uno de los vagones del Metro rumbo a Plaza Venezuela.
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