miércoles, 5 de febrero de 2014

Al ritmo de la muerte/Simón Boccanegra miércoles 05feb14

De acuerdo con cifras oficiales, en el primer mes del año fueron asesinadas en Caracas, e ingresaron a la morgue de Bello Monte, 399 personas y 26 más perecieron en accidentes o por causas naturales

SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
De acuerdo con cifras oficiales, en el primer mes del año fueron asesinadas en Caracas, e ingresaron a la morgue de Bello Monte, 399 personas y 26 más perecieron en accidentes o por causas naturales.

Pero la primera cifra es verdaderamente aterradora.

Se dice fácil, pero se trata de 13 homicidios diarios en enero. El año pasado, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de la Violencia fueron asesinadas 24 mil personas. Al ritmo actual, el del mes de enero, el año que recién comienza este guarismo brutal será superado.

Desde luego que el de la violencia es un problema complejo y multifactorial. No es fácil explicarlo a la luz de causas unívocas. Son muchas y muy variadas las que empujan a la solución violenta y, con frecuencia, letal, hasta de los más nimios conflictos.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué fuerzas se han desatado en nuestra sociedad como para que se haya podido producir tan aterrador balance? Hasta hace poco éramos el segundo país más violento del continente, detrás de Honduras, pero, según nuevos indicadores ya también nos colocamos por delante de ese país. No se necesita un poder analítico especial para determinar que esta situación habla de una sociedad en franco proceso de desintegración social y, por ende, moral. Si la vida no importa, nada importa.

Lo peor de todo es que como si no fueran suficientes los problemas que agobian a los pobres, constituyen estos la inmensa mayoría de las víctimas mortales de la violencia. Es en las barriadas populares donde se asientan los peores factores violentos y son sus habitantes quienes mayormente los sufren.

Pero, lo más grave de todo, es que el país está ­o, al menos, eso parece­ resignado. Los homicidios constituyen datos de la realidad que ya ni siquiera despiertan emoción ni alarma. ¡Qué tristeza!

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