Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Como quiera que hasta ahora la Mesa de la Unidad Democrática ha sido absorbida sustancialmente por las continuas elecciones que hemos vivido y en las cuales tuvo una airosa conducción y, ahora, entramos en un período relativamente largo de abstinencia comicial, esta sola circunstancia la obliga a repensar su funcionamiento.
Pero seguramente el peso mayor que obliga a ese viraje es la demoledora crisis que nos envuelve y que amenaza el mínimo equilibrio vital del país que necesita respuestas políticas certeras, contundentes y sin dilación.
En lo anterior creo que todos los comensales que se sientan en la Mesa estarán de acuerdo. No obstante cada vez resulta más evidente que existe una grieta creciente entre dos bandos en cuanto a la estrategia a seguir para recuperar la salud nacional. Los que piensan en una temporalidad política que no hay manera de precipitar por decreto y que parecen abiertos a determinadas formas de diálogo, todavía precarias y sin perfiles claros.
De otra los que quieren una salida rápida del actual gobierno, con acciones políticas contundentes y bastante aparatosas, al menos las democráticas, y que no conciben ningún acercamiento apaciguador con el Proceso. Como se verá no se trata de minucias o matices sino de verdaderas líneas fundamentales de acción.
Por último no creo que nadie tenga los bríos para decretar la muerte de la unidad que podría ser la entrega del solo bien político firme que ha logrado la oposición en quince años. No obstante ya empiezan a volar de aquí para allá y de allá para acá los adjetivos de bordes filosos y que muy fácilmente podrían terminar en separar la oposición entre “dóciles colaboracionistas” e “irresponsables aventureros”. Pues justo es eso lo que habría que detener si todavía estamos a tiempo para ello. Debería haber maneras de hacerlo.
Yo creo que hay un elemento que podría brindar cierto sosiego, Henrique Capriles lo ha apuntado, creemos. El receso electoral, la unidad pesa sobremanera a la hora en que nos contamos, debería fomentar el desarrollo relativamente autónomo de los partidos que podrían adquirir la musculatura que no tienen y necesitan, trabajando de maneras más o menos diferenciadas y que no necesariamente tienen que entrar en una indeseable colisión. Si no se trata de forzar una estrategia hegemónica, por lo menos mientras no llega, si es que llega, la hora de las últimas encrucijadas, podrían por el contrario encontrarse moros y cristianos en muchas esquinas y acciones.
Esto puede facilitarlo el que las dos líneas están, hoy, igualmente plagadas de dificultades, riesgos e incertidumbre y una dosis de prudencia y circunspección suena como la más adecuada ante esa brumosa situación. Seguramente será la crisis misma la que irá pautando la naturaleza de la acción adecuada y no, a priori, las cabezas de generalillos sin demasiadas tropas propias. No hay que olvidar que ciertamente tenemos mucho que perder, ganancias en las que hemos empleado demasiados esfuerzos y padecido dolorosos fracasos.
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