Por: Antonio Sánchez García/El Nacional
Los cambios de paradigmas vividos en esos últimos cuarenta años en el mundo, y sus efectos devastadores en América Latina, son sencillamente descomunales, así muy pocos sean los que lo aprecian: lo que entonces era una dictadura, por ejemplo la de los generales del Cono Sur, ya no lo es. Lo que era una tiranía totalitaria, como la de los hermanos Castro, tampoco. Todavía nadie sabe lo que son, pero lo que fueran, tampoco, de ninguna manera.
Obviamente: tampoco lo que era un presidente ejemplarmente democrático, como Rómulo Betancourt o un líder latinoamericanista como Raúl Haya de la Torre, son paradigmas democráticos. Después de cuarenta años no es John F. Kennedy, descendiente de la rancia estirpe de europeos libertarios como los llegados en el Mayflower, el adalid de Occidente: es un descendiente de islamistas de proveniencia desconocida, por cuya sangre podría circular la cimitarra que conquistó Al Andalus. Ni en China manda un clásico líder del comunismo originario, como Mao Tse Tung, sino un señor anónimo, gris e imperceptible que se asemeja más a un capitán de grandes industrias y empresas que a un combatiente de la Guerra Larga. No hablemos de aquellos bolcheviques que sacudieron al mundo: detrás de los despojos de Stalin sombrea en Rusia un aparatschick que bajo las coordenadas de Lenin no hubiera llegado a lustrabotas del Kremlin.
Es la tónica de los nuevos tiempos, que sólo puede captarla en toda su abismal dimensión quien haya vivido a plenitud los anteriores, de los cuales sólo sobrevive, en América Latina, la ruina desdentada, encogida, arrugada y súper viviente de Fidel Castro. Las señoras y señores que hoy nos visitan en representación de sus Estados pertenecen a la hornada intermedia, la que sirve de tránsito a una nueva generación de la que apenas tenemos atisbos en la insólita, desenfadada, ambiciosa y pragmática nueva clase que se asoma en los ventanales panorámicos y las alturas vertiginosas de los nuevos partidos políticos. Por darles algún nombre.
Se acabaron los tiempos de socialistas elegantes, cultos, educados y llenos de idealismo, como por ejemplo el médico legista Salvador Allende, de la misma estirpe que Willy Brandt, François Mitterand u Olof Palme. O caudillos peinados a la gomina que no sudaban, como Juan Domingo Perón. Que por más desastres que causaran lo hacían como a pesar de ellos, por la tragedia impensada de los acontecimientos. De los de ahora no se sabe ni dónde nacieron: son palurdos, incultos, groseros, bestiales y vacíos de todo valor interior. Como Nicolás Maduro, Evo Morales o Daniel Ortega. Zafios, tragaldabas, ambiciosos por la minucia, la propina, el detalle, si bien capaces de engullirse un presupuesto nacional sin que se les irriten las cuerdas bucales. No se hable de las mujeres: caras de bobas o de viejas brujas, pero de dentelladas feroces.
Es un giro copernicano. El siglo XX cambalache, problemático y febril de Enrique Santos Discépolo –el de las angustias existenciales y las preguntas sin respuestas– ha dado paso al siglo XXI, satisfecho, rico hasta el hartazgo, cínico, liso, romo, carente de perfiles, pero cortante como una hojilla de afeitar. Marx es un cachivache. Heidegger, un recogelatas, Sartre un viejo verde. Se murió la filosofía. Se murió la política, se extinguieron los estadistas. Viva la administración, vivan las encuestas, alabados sean los numeritos.
Venezuela es un parque jurásico. Se quedó entrampada en las redes de la fetidez cuartelera de una manga de desarrapados, ladrones, narcotraficantes, arribistas y negociantes. La bandera es un trapo agujereado con el que ya ni se puede fregar el piso. La honra, una comiquita. La patria, un asilo de ancianos.
¿A qué vienen estas señoras y estos señores? ¿Qué valores pueden exhibir quienes por mala costumbre son llamados o se autocalifican de presidentes que no sea vender o comprar algún pellejo sobrante? ¿Qué puede interesarles el honor, la dignidad, la decencia, la tradición, la cultura y la inteligencia a quienes le extienden el babero al asesino habanero y le recogen los mocos como nietas piadosas a su abuelito derrengado que vuelve a contar por enésima vez que asaltó el cuartel Moncada hace sesenta años y se echó al pico a miles y miles de desgraciados cubanos? ¿O se abrazaran con un dueño de casa descaradamente al servicio de la tiranía que nos gobierna? Cosa de la que, por supuesto, tienen perfecta conciencia. Serán brujas, pero no brutas.
Sesiona, pues, el pleno de Mercosur. Atendido en Caracas por un ex chofer de Metrobus, un tirapiedras consuetudinario, un capitán ayer muerto de hambre que hoy se ahoga en miles de millones de dólares y una pandilla de mafiosos de quienes ninguno de ellos se acordará en veinte años, cuando el mundo, tal vez, vuelva a ser lo que un día fuera.
Total, para qué si ya da lo mismo. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseados…
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