Los cuerpos políticos están destinados al cambio, como todos sabemos. Viven momentos de apogeo y capítulos de decadencia, desde luego. Desaparecen cuando se petrifican, cuando la gente los siente como una roca inmensa e inútil que se niega a un movimiento reclamado por sus destinatarios.
No decimos nada nuevo ahora, recurrimos a verdades de Perogrullo que ha confirmado con creces el paso de la historia, pero el hecho de que sean tan evidentes no evita la necesidad de mirar hacia sus líderes y, en especial, hacia cómo, no pocas veces, se han negado a entender que hay épocas de mudanza ineludible.
Esas épocas habitualmente son advertidas por el grueso de la sociedad, pero no así por quienes se proclaman como sus dirigentes y manejan los asuntos fundamentales de las organizaciones políticas. Creen que actúan siempre de manera ejemplar, o que no existe la manera de reemplazarlos, o que son incomprendidos por las masas ignorantes y fanáticas.
¿Por qué esta reflexión desusada? La ha provocado la renuncia de Ramón Guillermo Aveledo a sus funciones de coordinador de la MUD. No ha asumido una conducta común en la casa de los políticos profesionales que han estado en el candelero desde que Venezuela es Venezuela. Acaba de manifestar que nadie le había concedido un cargo mediante documento registrado hasta el infinito.
Ha pensado que hizo el trabajo para el cual lo escogieron y que ya era tiempo de servir a la colectividad desde otro puesto de lucha. Ha confesado que no era señor de una propiedad personal sobre cuya orientación podía decir la última palabra hasta lograr un propósito supremo, sino solo un arriero laborioso y modesto cuya meta no era necesariamente la consumación del camino entero.
¿Cuántos políticos han hecho algo semejante, desde el nacimiento de la república? ¿Abundan ejemplos como el que ahora nos ofrece Aveledo? Estamos ante una conducta excepcional, que saludamos por lo que tiene de lección para los políticos en ejercicio y para la colectividad en general, acostumbrada como ha estado a los capitanes sempiternos, a las voces monocordes cuyo objetivo es sonar hasta la puerta del cementerio, a los prestigios que pretenden perdurar a través del tiempo porque le da la gana a quien es su presumida encarnación.
Pero la renuncia de Aveledo a sus funciones en la MUD no solo importa por lo que se ha señalado en el párrafo anterior, sino también por la consideración de la relevancia que adquirieron los procesos unificadores y los triunfos electorales de la oposición mientras los coordinaba o los impulsaba el señor que ahora se despide.
Cuando se analicen las razones de la creciente presencia de una oposición que no solamente ha ocupado espacios de indiscutible consideración sino que también ha evitado que el chavismo se convierta en una tiranía desbocada, deberá ponderarse el papel de quien ha sentido la necesidad de un cambio en la cúpula de los adversarios del gobierno y ha salido de la casa por el portón principal para que se haga lo que más convenga.
Seguramente no solo analizó los logros sino las fallas también, lo que dejó de hacer cuando estuvo en sus manos y las vacilaciones frente a los intereses encontrados de la fauna que lo rodeaba y que era su propia fauna, pero nadie puede dudar de que escuchó el llamado del timbre de la oportunidad, que saltó justo a tiempo frente a la campana de las decisiones eminentes que no todos pueden o quieren escuchar, especialmente en el negocio de la política.
No pocas veces El Nacional se detuvo en lo que consideró como equivocaciones y omisiones de Ramón Guillermo Aveledo, pero hoy no vacila en el reconocimiento de su aporte a la unidad de la oposición y en lo aleccionador de su airosa partida de la MUD.
Fuente: El Nacional
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