Por: Armando Durán/El Nacional
Escribo estas líneas el viernes a última hora de la mañana. Imposible aventurarse a vaticinar qué ocurrirá a partir de la semana que viene en el seno del Partido Socialista Unido de Venezuela, ni el rumbo que emprenderá entonces el Gobierno. De una cosa sí estamos seguros.
El desenlace de este III Congreso del PSUV anunciará la aparición de muy negros y amenazadores nubarrones en el horizonte del oficialismo. Como si el desalojo y futuro incierto de la Torre de David fuera en estos momentos la metáfora más lograda del gobierno de Nicolás Maduro y del PSUV, teóricamente su brazo político.
No es un secreto para nadie, Maduro no ha podido con la “revolución bolivariana.” En ausencia del fuerte liderazgo de Hugo Chávez para frenar el estallido de contradicciones ideológicas y ambiciones desmedidas dentro de las filas de un partido sin estructura organizativa institucionalizada, y sin los dólares necesarios para mantener con vida el vasto universo clientelar creado por el comandante eterno gracias a los inmensos ingresos producidos por una riqueza petrolera medida con petróleo a más de 100 dólares el barril, lo que tenemos es un Presidente visiblemente débil, extremadamente solo, que no sabe qué hacer para combatir la mayor crisis de la historia republicana de Venezuela. ¿Reformular la anacrónica política económica y financiera del dúo Chávez-Jorge Giordani, escuchar a los funcionarios más incapaces y corruptos que por razones obvias quieren más de lo mismo, o impulsar la revolución dentro de la revolución que proponen los militantes más radicales del chavismo?
Maduro pensaba anunciar hace un par de semanas las medidas según él salvadoras que iba adoptar, y que al parecer incluían unidad cambiaria con maxi-devaluación y aumento del precio de la gasolina, las dos recomendaciones principales que desde hace una eternidad le hace el Fondo Monetario Internacional a Venezuela. El nuevo zar de las finanzas públicas, Rafael Ramírez, es quien últimamente ha venido diseminando estas señales de los tiempos que se avecinan. Del “sacudón”, como lo calificó el propio Maduro, que hace dos martes iba a anunciarle al país. Lamentablemente, millones de venezolanos nos quedamos esa tarde aguardando las reveladoras palabras presidenciales frente a los televisores, pues una vez más Maduro divagó sobre esto y aquello, sin referirse siquiera al ya famoso cambio de rumbo. A todas luces, la presión de las diversas tendencias que no están de acuerdo con las medidas diseñadas por los asesores franceses y cubanos del gobierno, volvieron a silenciar a Maduro. Y una vez más él mostró su talante más vacilante.
Peor aún. El propósito de Maduro era dar cuenta de las medidas antes de iniciarse el congreso ideológico de su partido, sencillamente para obtener el apoyo político necesario para imponérselo al “pueblo” chavista sin excesivos infortunios. Ahora, en cambio, el dichoso congreso tendrá que centrar sus discusiones en un ingrato debate sobre las medidas, una escaramuza que no aportará ningún beneficio al régimen, sino todo lo contrario. De manera muy especial después de la captura del general Hugo Carvajal en Aruba por agentes de la DEA, que ha obligado a Ramírez a cancelar su esperada reunión con representantes de importantes bancos de inversión en Estados Unidos. Una cosa era anunciar las medidas, la colocación de nuevos bonos de la República y/o de Pdvsa y contar con la aprobación inmediata del partido en el marco de su III Congreso, y algo muy distinto verse obligado a airear la oscura trastienda del nuevo paquetazo en tan notable aislamiento.
Estas imprevistas dificultades se añaden al revés sufrido el domingo 20 de julio a manos de la escasa participación ciudadana a la convocatoria electoral del PSUV para seleccionar a sus delegados al Congreso. En un primer momento dirigentes chavistas como Diosdado Cabello y Elías Jaua descartaron la significación política de una abstención inocultable, 88 por ciento de acuerdo con los cálculos realizados por los politólogos socialistas de Aporrea. El lunes en la noche Jaua rectificó y habló de una participación de 1,2 millones de militantes. El martes, Maduro subió la cifra hasta 2 millones. Por supuesto, nadie en Venezuela creyó estas versiones. Y como la propaganda oficial viene sosteniendo desde hace años que el PSUV tiene registrados a 7,6 millones de militantes, la conclusión del infeliz espectáculo electoral de hace una semana presenta dos posibles interpretaciones. Una, que la cifra de más de 7 millones de militantes del PSUV es y ha sido siempre falsa. Dos, que la merma en la militancia del partido puesta de manifiesto hace poco más de un año por la considerable pérdida de votos entre la última elección presidencial de Chávez y la primera de Maduro, ha continuado erosionando el apoyo popular al sucesor, hasta reducirlo a poco más de un millón de militantes. Una cifra insignificante para garantizar la estabilidad mínima que necesita Maduro para su gobierno, mucho más si se adoptan medidas económicas abiertamente impopulares y se agudizan incógnitas como la de Aruba. Con un congreso ideológico que participa a gritos la mala nueva de cambios por venir a partir de un proceso de fragmentación que luce inevitable e irrevocable.
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