Por: Fernando Rodríguez/TalCual
M oisés Moleiro me dijo una vez, hacia el 2002, hablando de la política gubernamental: mira, hay que estar claros, el chavismo no es fascista, eso lo inventaron Manuel Caballero y Elías Pino porque los historiadores siempre tienen que buscar un referente del pasado para explicar cualquier cosa en bien de la profesión; tampoco es comunista, eso viene de las señoras sifrinas del Este aterradas porque dizque les van a quitar sus casas playeras y hasta sus hijos.
El chavismo, simplemente, es una locura. Y por tanto sólo comprensible en profundidad por métodos siquiátricos.
Yo de muchacho me quedaba siempre alelado ante un orate que pasaba por mi casa gritando sin cese “échenme agua, carajo” y me preguntaba por qué actuaría así, más crecidito ya lo tuve claro.
Por supuesto que había mucho de humor negro y sarcasmo en esa respuesta de ese político culto, inteligente, y con el olfato de un perro de caza. Pero a mí se me ha quedado esa conversa en la cabeza y muchas veces me he dicho, cuando oía de gallineros verticales u otras joyas del repertorio, la verdad es que aquello de Moisés como que es la explicación a tanto disparate.
Locura por supuesto quiere decir incoherencia del discurso, ignorancia supina, incapacidad de una acción sensata, obsesión por la mentira, delirios de grandeza, odio y crueldad paranoicos, incontinencia verbal, caprichos aberrantes… y, en consecuencia, efectos perversos y enormemente destructivos de la realidad nacional.
Esto viene a colación por las captahuellas alimentarias. Yo creo que esto es único en la humana historia, esta mezcla de arepas con registros electrónicos. Para empezar impracticable, dado que son ochenta mil establecimientos que venden alimentos y un gobierno que no sabe ni tapar los huecos de las calles, lo más probable es que esto conduzca a un despelote nunca visto; donde la señora María, quien, dada su avanzadísima edad marca la huella asistida, resulte acusada injustamente de acaparamiento de pechugas de pollo. O los verdaderos contrabandistas “internos” le den lo debido a los cajeros para pasar ellos sin dejar huella. Y que no se vende hoy porque hay apagón y se arme un tumulto guarimboso. O que la cola no camine porque el portugués dice que la máquina se trancó y está esperando al Servicio popular bolivariano de asistencia biométrica (el SPBAB) y aquella gritadera y la propensión al linchamiento del buenazo de Joao.
Como dijo muy sensatamente Lorenzo Mendoza, después de echarle coco al gobierno en quiebra con su prosperidad empresarial, que por unos pocos malandros no había que atormentar a veintiocho millones de ciudadanos. Y uno piensa, realmente, que sería más fácil que Rodríguez Torres mandara unos cuantos agentes a husmear quién anda vendiendo, a pleno sol y en la calle, alimentos de la cesta básica.
Lo cual además le permitiría al general multiplicar su presencia mediática, ya cuantiosa. Aquí, Perencejo que vendía mantequilla y leche descremada en la redoma de Petare.
Pero no hay manifestaciones psíquicas sin un fin por absurdas que parezcan, decía Freud. Y aquí es claro que el gobierno nos quiere poner a hablar pistoladas y olvidar los horrores económicos, el desastre que lograron en tres lustros de administración demencial y, de paso, convertir a la señora María y al buhonero mantequillero en agentes de la guerra económica que impulsa Obama (y Uribe) para acabar con la revolución y la patria. Échenme agua, carajo.
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