Cuando un país aspira a ingresar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como miembro no permanente es porque tiene un profundo respeto por el sistema multilateral y porque tiene como objetivo de política exterior contribuir a mantener la paz y la seguridad internacional.
De lo contrario, puede convertirse en una piedra en el zapato para complicar las deliberaciones en donde ya el hecho de lidiar con la capacidad de veto de los cinco países permanentes es una barrera bastante compleja.
A diferencia del escandaloso fracaso en el año 2006, Venezuela tiene ahora la oportunidad de ingresar sin mayores contratiempos al Consejo de Seguridad de la ONU. Los gobiernos latinoamericanos, al parecer, endosan unánimemente la aspiración del régimen de Maduro dentro del sistema de rotación que impera en ese organismo. Por su parte, Estados Unidos tiene demasiados frentes abiertos en ámbito internacional para oponerse en esta oportunidad a la candidatura venezolana.
El gobierno ha dejado cuajar este endorso sin mayor ruido mediático pero seguramente, al momento de su confirmación, convertirá un simple hecho administrativo de la agenda internacional como un logro del régimen y como un reconocimiento de los pueblos del mundo a la revolución bolivariana.
Lo cierto es que el gobierno bolivariano no dejará, a diferencia de los países que han tenido asiento en el Consejo de Seguridad (lo que incluye a Venezuela en varias oportunidades), de preparar sus cálculos mediáticos cada vez que la oportunidad se le haga presente.
Por ejemplo, la presidencia se rota todos los meses, lo que significa que durante los 2 años respectivos cada miembro de los 15 tendrá la oportunidad de sentarse como presidente del Consejo de Seguridad. Si coincide con un conflicto de alto perfil, la exposición ante la opinión pública será mayor y las oportunidades mediáticas incalculables.
Es allí donde seguramente los estrategas cubanos han puesto su habilidad para sacar provecho de la nueva embajadora alterna como funcionaria responsable de este prestigioso puesto para Venezuela. La experiencia multilateral cubana y la de la propia secretaría técnica de la ONU podrán convertir en una estrella hasta al menos experto de los delegados, especialmente si la presidencia rotativa coincide con acontecimiento de alta envergadura.
El actual embajador Moncada ya debe tener claras sus instrucciones y, a diferencia de otras épocas en que la cara visible de Venezuela era la del representante permanente, en esta ocasión los pasillos de la ONU serán claramente para la hija del “gigante galáctico”. A todas estas, puede ser que la estén perfilando no para convertirla en una embajadora de lujo, sino en la candidata de La Habana en las futuras elecciones presidenciales de nuestro arruinado país.
Como diría en días recientes el representante de uno de los países del Alba: ¿Quién se iba a imaginar que la hija de Fujimori, el desprestigiado autócrata peruano, iba terminar como candidata y casi gana la presidencia del Perú?
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