Por: Ibsen Martínez/TalCual
1. La semana pasada me hallaba yo en la cola de la caja del automercado donde fui a proveerme de velas y pilas de linterna.
Había delante de mí una humilde y desdentada señora. Calculo yo que la desdentada vive en Chapellín porque toda urbanización caraqueña tiene al lado su pobrecía y su marginalato y su malandraje motorizado como recordatorio de la realidad social que nos condiciona.
La señora saludó con desdentado júbilo la llegada de un piquete de la Guardia Nacional. Lo que siguió me ha sugerido este articulito que comienza recordando a Thomas Carlyle, un inglés muy culto.
Carlyle concluyó, en plena Revolución Industrial, que la economía es "la ciencia lúgubre". Con esto pienso yo que quiso decir, entre otras muchas cosas, que sus verdades suelen entristecer no sólo a la gente sencilla sino a mucha que no lo es.
Pienso en almas tortuosas como la de Chávez, quien afirma creer en martingalas tan metafísicas e inconducentes como el marxismo. Para una persona como él, capaz de creer que Bolívar murió envenenado por un uribista infiltrado en Santa Marta gracias a una máquina del tiempo fabricada en Silicon Valley, California, resulta imposible asimilar que las verdades verdaderas de la economía suelan ser contraintuitivas. ¿Qué quiero decir con eso de que la economía es "contraintuitiva"? Ni más ni menos que la verdad
económica a menudo desafía al sentido común con tercas y crueles paradojas. Tome usted por ejemplo la inflación. Es ilustrativo considerar la idea que el común de las personas una desdentada habitante de un barrio caraqueño, por ejemplo se hace de la inflación, sus causas y sus remedios.
Acaso le sorprenda a usted constatar que esa ignara señora piensa de la inflación poco más o menos lo mismo que el iluminado Máximo Líder de la revolución bonita y que el sapientísimo Jorge Giordani. Esto es, la buena señora abriga la creencia, sustentada en el sentido común, de que la inflación es fruto de una conducta maliciosa, algo que puede corregirse clausurando locales y multando portugueses; en fin, algo que puede reprimirse con la Guardia Na- cional. Acerquémonos a la escena que presencié.
2. Los guardias nacionales venían dando escolta a una ceñuda funcionaria del despacho del señor Samán y un par de asistentes. Ante las credenciales de la funcionaria, la portuguesa copropietaria, sentada detrás de la caja, puso cara de ballena muerta, cara de gallina mirando sal y se encogió de hombros, como diciendo " sí hombre, chica, pasa adelante y revisa las etiquetas".
La desdentada mira entonces a la portuguesa con mal disimulado regocijo. La embarga la excitación que en todo venezolano producen los uniformes de campaña los venezolanos todos, escuálidos y chavistas por igual, son militaristas y les encanta ver a la autoridá desple- gando sus fastos , pero, justamente porque es venezolana, y como "mapurite sabe a quién pea", las pesadeces que exclama contra los especuladores no van dirigidas a la portuguesa en particular, sino al género humano en general.
Los jóvenes uniformados se pasean los pasillos, cejijuntos y severos, mirando sin ver las estanterías y empuñando sus AK-47, en actitud de tiro táctico de combate, dispuestos a abrir fuego contra el primer paquete de arroz pitiyanqui que intente hacer armas contra la revolución bolivariana.
Los fiscales cotejan etiquetas, una de ellas decide poner a prueba el aparato lector de precios que los portugueses han colocado junto al estante de los detergentes. Para ello coloca repetidas veces ante el lector, y de todos los modos posibles cabeza abajo, de ladito, etcétera un paquete de harina PAN. El lector no emite el pitico y se niega a mostrar el precio en pantalla. La fiscal se dispone a hacer algo punitivo al respecto y con inflexión autoritaria le dice a un encargado, que en ese momento acierta a pasar a su lado, que el aparatico no funciona.
El encargado toma en su mano el paquete de harina PAN y lo muestra expertamente al lector electrónico, se escucha el pitico, se ilumina la pantalla con el precio de venta, y la fiscal sonríe coquetamente, entre apenada por su torpeza y agradecida por la gentil intervención. Ambos se ponen a conversar, tal como dicta el natural amistoso de los venezolanos, todo hay que decirlo.
La desdentada ya ha pagado por sus alitas de pollo, su paquetico de harina precocida, sus dos cajas de Belmont y su cuatro "soleritas" verdes, pero se queda por ahí, atenta a ver a los guardias sacar a culatazos al marido de la cajera.
Una señora de lo más buenas tardes que acaba de bajarse de una 4X4 entra saludando por su nombre a la portuguesa y pregunta con sifrina familiaridad por los sacos de Dog Chow. Le dicen que está agotado, que en La Castellana hay un sitio donde parece que todavía tienen, que lo que hay es perrarina a secas.
La señora arruga la nariz con disgusto, como si el Dog Chow fuese para ella misma, pese a lo cual le dice a la cajera en son de broma que seguramente allí tienen encaletado todo el Dog Chow para reetiquetarlo tan pronto se vaya la guardia. Y se va sin más, dejando tras de sí efluvios de Trèsor de Lancome. Entre tanto se ha desatado una ruidosa y sabrosa polémica cordial entre algunos parroquianos y la desdentada que toma para sí la vocería de quienes piensan que el alto costo de la vida no tiene nada que ver con el dólar "cuál dólar, mi amor: yo nunca he visto un dólar, yo lo que he visto es una porción de portugueses chupasangre" , sino con los especuladores. Una policía de precios, una que castigue con cárcel al avilantado, es todo lo que hace falta.
Indepabis reportaba ese día casi setecientas clausuras y la juramentación de patrullas de voluntarios. Está por verse lo que puedan hacer. En el caso del automercado de mi cuento, notorio por carero, no hubo lugar a clausura porque se fue la luz y tanto el operativo como el simposio sobre la espiral inflacionaria fueron suspendidos.
3. En un libro ya clásico Macroe- conomía del Populismo en América Latina , Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards caracterizaron al populismo, en lo que hace a la política económica, como aquel régimen que atiende fundamentalistamente al crecimiento y a la redistribución y resta importancia a los riesgos políticos que traen el déficit fiscal y a la reacción de los agentes económicos contra las políticas agresivametne antimercado.
La revolución bonita es mucho más que eso: es petropulismo voluntarista. ¿Cabe esperar rectificaciones antes de septiembre? La inflación de alta velocidad, por su parte, devora los subsidios, es resistente a las medidas policiales y probadamente tóxica: ataca al sistema nervioso central de los humanos y, cuando ello es posible, se manifiesta electoralmente.
¿Cuánto tardará el sistema nervioso central de la buena señora desdentada en acusar síntomas de intoxicación inflacionaria?
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