Enfermos del Mal de Hansen reconocen calidad humana y científica del galeno
Catia La Mar.- El Hospital "Dr. Martín Vegas" en la parte alta del barrio Ezequiel Zamora en Catia La Mar es el último centro que queda en el país donde se albergan 50 pacientes que sufrieron el Mal de Hansen, la lepra, un padecimiento estigmático que iniciando el siglo pasado obligó a abrir lugares conocidos como leproserías, en donde niños, jóvenes y adultos, sin distingos, eran encerrados, para evitar se propagara el mal.
Pero fue a la hoy desaparecida leprosería de Cabo Blanco donde el joven Jacinto Convit revolucionó el lugar. Junto a Martín Vegas apostó por la humanización, aplicó nuevos fármacos hasta encontrar la vacuna que lo erradicara. Hombres y mujeres, pacientes y enfermeras, recuerdan está epopeya que para muchos escépticos en la década 80 no pasaría de ser "un notable experimento".
"Llegué a Cabo Blanco de 8 años. Cuando cumplí 13, Convit ingresó de pasante. Lo recuerdo alto, buenmozo y grandes ojos azules. Crecí oyendo sus charlas, viendo sus investigaciones. Nunca pensé que me curaría. Cuando me dijo que había una vacuna para frenar efectos de la lepra en mi organismo, ni yo misma le creí. Pero fue verdad. Dedicó cuerpo y alma a luchar contra la lepra. Ahora está haciendo lo mismo con el cáncer. Tengo mucha fe en sus investigaciones. Si venció la lepra, seguro que lo hará con el cáncer", dice Josefina Fernández, de 88 años de edad.
Para ella las nuevas generaciones deben saber lo que es Convit para la medicina. "La gente joven no se imagina lo que es un flagelo así, que hasta tu familia te reniegue y te encierren. Buscó curarnos de todas las formas posibles. Nos alivió el cuerpo y el corazón".
Como Fernández, Juan Francisco Villegas, de 93, tiene frases de gratitud. Evoca el temor de muchos de ser conejillo de indios y la valentía de los más decididos que iban al Bioterio donde Convit criaba cachicamos a inocularse. "Con las primeras vacunas en la piel se formaba una costra. Unos decían que devendrían en cachicamos. Pero luego la lesión sanaba".
Tras descubrir la vacuna en 1988 los enfermos de Hansen no son recluidos, reciben tratamiento ambulatorio y viven en sus hogares. Lamentablemente estudios de Convit sobre enfermedades de la piel se pararon por falta de fondos. "Poco a poco el hospital se fue rodeando de casas humildes. Y quienes llegaban se metían a cazar cachicamos y los eliminaron. Cuando me cuentan de la vacuna del cáncer que hace Convit yo le digo a la gente que crea. Cuando llegué a Cabo Blanco en 1948 nadie hubiese apostado que iba a estar sano. Y hoy lo estoy", cuenta Ítalo Pacheco.
Pero fue a la hoy desaparecida leprosería de Cabo Blanco donde el joven Jacinto Convit revolucionó el lugar. Junto a Martín Vegas apostó por la humanización, aplicó nuevos fármacos hasta encontrar la vacuna que lo erradicara. Hombres y mujeres, pacientes y enfermeras, recuerdan está epopeya que para muchos escépticos en la década 80 no pasaría de ser "un notable experimento".
"Llegué a Cabo Blanco de 8 años. Cuando cumplí 13, Convit ingresó de pasante. Lo recuerdo alto, buenmozo y grandes ojos azules. Crecí oyendo sus charlas, viendo sus investigaciones. Nunca pensé que me curaría. Cuando me dijo que había una vacuna para frenar efectos de la lepra en mi organismo, ni yo misma le creí. Pero fue verdad. Dedicó cuerpo y alma a luchar contra la lepra. Ahora está haciendo lo mismo con el cáncer. Tengo mucha fe en sus investigaciones. Si venció la lepra, seguro que lo hará con el cáncer", dice Josefina Fernández, de 88 años de edad.
Para ella las nuevas generaciones deben saber lo que es Convit para la medicina. "La gente joven no se imagina lo que es un flagelo así, que hasta tu familia te reniegue y te encierren. Buscó curarnos de todas las formas posibles. Nos alivió el cuerpo y el corazón".
Como Fernández, Juan Francisco Villegas, de 93, tiene frases de gratitud. Evoca el temor de muchos de ser conejillo de indios y la valentía de los más decididos que iban al Bioterio donde Convit criaba cachicamos a inocularse. "Con las primeras vacunas en la piel se formaba una costra. Unos decían que devendrían en cachicamos. Pero luego la lesión sanaba".
Tras descubrir la vacuna en 1988 los enfermos de Hansen no son recluidos, reciben tratamiento ambulatorio y viven en sus hogares. Lamentablemente estudios de Convit sobre enfermedades de la piel se pararon por falta de fondos. "Poco a poco el hospital se fue rodeando de casas humildes. Y quienes llegaban se metían a cazar cachicamos y los eliminaron. Cuando me cuentan de la vacuna del cáncer que hace Convit yo le digo a la gente que crea. Cuando llegué a Cabo Blanco en 1948 nadie hubiese apostado que iba a estar sano. Y hoy lo estoy", cuenta Ítalo Pacheco.
Nadeska Noriega Ávila
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
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