Cuando uno oye a las focas hablar de la Ley de Desarme siente ganas de reírse a carcajadas. No pueden desarmar a unos centenares de tipos presos y nos van a venir con el cuento de que se proponen hacerlo con varios millones de venezolanos armados
Lo más escandaloso en la terrible tragedia dela cárcel de Tocorón, además del elevado número de víctimas fatales, es la absoluta indiferencia de las autoridades. De todas, desde el Presidente hasta el gobernador de Aragua, pasando por el ministro del Interior y la descerebrada que dirige los penales.
Respuestas burocráticas y frías (cuando las hubo), ante un hecho que en cualquier país medianamente democrático e institucionalmente organizado habría provocado, como mínimo, la renuncia o destitución del ministro del Interior. Se trata de la más pura y simple incapacidad, mezclada con algunas de las formas más abyectas de la corrupción.
Cuando uno oye a las focas hablar de la Ley de Desarme siente ganas de reírse a carcajadas. No pueden desarmar a unos centenares de tipos presos y nos van a venir con el cuento de que se proponen hacerlo con varios millones de venezolanos armados, que andan libremente por las calles. Desarmar a los presos no es cosa del otro mundo, pero implica meterse con un negoción que implica a una buena cantidad de guardias nacionales.
Hay que sincerar el asunto. Esas armas de guerra sólo las pueden introducir en los penales, a precios de oro, sin duda, los encargados de su custodia, que son básicamente guardias nacionales. Ahora, ¿quién en este gobierno se atreve a ponerle el cascabel a ese gato? Nadie, no sólo por no pisarse mangueras entre bomberos, sino porque en el fondo no les interesa.
Carente de política penitenciaria moderna, uno está tentando de creer que para este gobierno la matazón en las cárceles es una forma de política, que se anticipa en los hechos a la del general Benavides: los delincuentes, presos o muertos y si se matan entre sí en las cárceles, todavía mejor. No tienen idea de los vientos que están sembrando.
Respuestas burocráticas y frías (cuando las hubo), ante un hecho que en cualquier país medianamente democrático e institucionalmente organizado habría provocado, como mínimo, la renuncia o destitución del ministro del Interior. Se trata de la más pura y simple incapacidad, mezclada con algunas de las formas más abyectas de la corrupción.
Cuando uno oye a las focas hablar de la Ley de Desarme siente ganas de reírse a carcajadas. No pueden desarmar a unos centenares de tipos presos y nos van a venir con el cuento de que se proponen hacerlo con varios millones de venezolanos armados, que andan libremente por las calles. Desarmar a los presos no es cosa del otro mundo, pero implica meterse con un negoción que implica a una buena cantidad de guardias nacionales.
Hay que sincerar el asunto. Esas armas de guerra sólo las pueden introducir en los penales, a precios de oro, sin duda, los encargados de su custodia, que son básicamente guardias nacionales. Ahora, ¿quién en este gobierno se atreve a ponerle el cascabel a ese gato? Nadie, no sólo por no pisarse mangueras entre bomberos, sino porque en el fondo no les interesa.
Carente de política penitenciaria moderna, uno está tentando de creer que para este gobierno la matazón en las cárceles es una forma de política, que se anticipa en los hechos a la del general Benavides: los delincuentes, presos o muertos y si se matan entre sí en las cárceles, todavía mejor. No tienen idea de los vientos que están sembrando.
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