Sabemos perfectamente que protestar o reclamar a Chacumbele sus cadenas el efecto más probable que puede producir es que el rasgo infantiloide de su personalidad lo lleve a incrementar el número de ellas y su duración. "¿No les gustan mis cadenas? Pues, les voy a dar dosis mayores." Jamás pasaría por su mente la idea de una revisión autocrítica de su conducta, sino todo lo contrario.
Pero, aun a riesgo de ello, queremos dejar constancia de nuestra más enérgica protesta e irritación por el incalificable abuso contra el país y contra toda normativa democrática que constituye esa confiscación casi diaria no sólo de la radio y televisión sino del tiempo de los ciudadanos que lleva a cabo el Presidente.
Tamaño atropello contra un país entero no tiene antecedentes ni paralelo en ningún otro país del mundo, sea cual sea su régimen político. De esa insólita arbitrariedad Chacumbele puede reclamar, a justo título, la exclusividad.
Insoportable y lamentable exclusividad. No somos dados a analizar el comportamiento de Chacumbele desde una perspectiva psicológica, aunque en este caso sean demasiado protuberantes el narcisismo y la vanidad, típicas de las personalidades psicopáticas, que se ponen de manifiesto en ese impúdico exhibicionismo cotidiano.
Lo que nos interesa es el significado político de tan extravagante conducta. Porque, por difícil que sea de creer, dado que la audiencia de las cadenas es realmente exigua y cuesta trabajo imaginar cuál es el rédito político que Chacumbele obtiene de ellas, existe ciertamente una racionalidad política detrás de esa omnipresencia mediática del jefe del Estado.
Usted puede huir de las cadenas, ya sea apagando radio y televisor o refugiándose en el cable, pero lo que no puede obviar es la plena conciencia que tiene de que el tercio está allí, de que el tipo está allí, insultándolo a usted, lector, personalmente.
Que usted sólo se puede librar de esa presencia molesta y ladillosa cuando a él le dé la gana, por mucho que usted lo haya sacado de su vista. Es el Gran Hermano, el Big Brother de la paradigmática novela de Orwell sobre el totalitarismo, cuya presencia, así no lo veamos, se nos impone como para decirnos que es el amo del país, que hace con éste lo que le da la gana, que nada ni nadie puede impedirle someternos a esa tortura diaria que consiste en saber que durante las horas que le salgan del forro al Presidente nuestro tiempo no nos pertenece. Él se apodera de nuestro derecho a escuchar o ver desde noticieros y programas políticos hasta deportes o el mero entretenimiento de novelas o películas, no a la hora que nos plazca sino a la que Él, Yo-El- Supremo, tenga a bien concedérnoslo.
Las cadenas no son sólo un instrumento del poder de Chávez sino un instrumento de poder a secas. Pero no es omnipotente.
No es más poderoso que la conciencia humana y por eso es que a pesar de atosigarnos a toda hora, todos los días, sigue cuesta abajo en la rodada, hacia una derrota inevitable.
Pero, aun a riesgo de ello, queremos dejar constancia de nuestra más enérgica protesta e irritación por el incalificable abuso contra el país y contra toda normativa democrática que constituye esa confiscación casi diaria no sólo de la radio y televisión sino del tiempo de los ciudadanos que lleva a cabo el Presidente.
Tamaño atropello contra un país entero no tiene antecedentes ni paralelo en ningún otro país del mundo, sea cual sea su régimen político. De esa insólita arbitrariedad Chacumbele puede reclamar, a justo título, la exclusividad.
Insoportable y lamentable exclusividad. No somos dados a analizar el comportamiento de Chacumbele desde una perspectiva psicológica, aunque en este caso sean demasiado protuberantes el narcisismo y la vanidad, típicas de las personalidades psicopáticas, que se ponen de manifiesto en ese impúdico exhibicionismo cotidiano.
Lo que nos interesa es el significado político de tan extravagante conducta. Porque, por difícil que sea de creer, dado que la audiencia de las cadenas es realmente exigua y cuesta trabajo imaginar cuál es el rédito político que Chacumbele obtiene de ellas, existe ciertamente una racionalidad política detrás de esa omnipresencia mediática del jefe del Estado.
Usted puede huir de las cadenas, ya sea apagando radio y televisor o refugiándose en el cable, pero lo que no puede obviar es la plena conciencia que tiene de que el tercio está allí, de que el tipo está allí, insultándolo a usted, lector, personalmente.
Que usted sólo se puede librar de esa presencia molesta y ladillosa cuando a él le dé la gana, por mucho que usted lo haya sacado de su vista. Es el Gran Hermano, el Big Brother de la paradigmática novela de Orwell sobre el totalitarismo, cuya presencia, así no lo veamos, se nos impone como para decirnos que es el amo del país, que hace con éste lo que le da la gana, que nada ni nadie puede impedirle someternos a esa tortura diaria que consiste en saber que durante las horas que le salgan del forro al Presidente nuestro tiempo no nos pertenece. Él se apodera de nuestro derecho a escuchar o ver desde noticieros y programas políticos hasta deportes o el mero entretenimiento de novelas o películas, no a la hora que nos plazca sino a la que Él, Yo-El- Supremo, tenga a bien concedérnoslo.
Las cadenas no son sólo un instrumento del poder de Chávez sino un instrumento de poder a secas. Pero no es omnipotente.
No es más poderoso que la conciencia humana y por eso es que a pesar de atosigarnos a toda hora, todos los días, sigue cuesta abajo en la rodada, hacia una derrota inevitable.
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