Que el país tiene un enorme déficit de viviendas es cosa universalmente admitida; que el Estado, en alianza con el sector privado, debe asumir la construcción de viviendas como una de sus tareas prioritarias está también fuera de toda controversia.
Precisamente por lo mismo resulta incomprensible que en doce años el gobierno de Chacumbele haya fracasado tan estruendosamente en este vital ámbito de la gestión pública.
Él mismo lo ha admitido varias veces y la más resonante de sus confesiones de fracaso fue precisamente la de asumir directamente el programa de construcción de viviendas, lapidando implícitamente de incapaces a todos los ministros que han desempeñado esa cartera.
Ahora, pues, Chacumbele es su propio ministro de Vivienda y Hábitat y ha lanzado, en el papel y en maquetas, lo que se anuncia como un gigantesco programa de construcción masiva de viviendas.
Para variar, lo ha denominado "Misión Vivienda".
Por supuesto, la concepción misma del programa es equivocada porque se basa estrictamente en la construcción de edificios de apartamentos, desechando completamente toda idea de rehabilitación de los barrios populares, según lo propusieran, en los inicios del gobierno, tanto Josefina Baldó (quien estuvo unos pocos meses al frente de Conavi), así como otros importantes urbanistas venezolanos. La inefable "Misión Vivienda" está centrada, pues, en lo que podría llenar los ojos y producir la impresión de un gran éxito en aquel plan. El hedor electorero que desprende todo el proyecto es sencillamente inaguantable. Lástima, porque si a alguna iniciativa debería deseársele éxito es aquella que pretenda dotar de casas y apartamentos a los millones de venezolanos que carecen de ellos y viven en ranchos.
Ya la audaz promesa de construir entre este año y el próximo 350 mil viviendas constituye un desafuero demagógico raras veces visto en este país. De hecho, a esta fecha ya deberían estar construidas casi la mitad de las 150 mil viviendas prometidas para este año. Como es bien sabido tal cosa no ha ocurrido, ni de lejos. Pero el ostensible fracaso de la oferta quiere ser compensado con la entrega de "certificados" que "garantizan" al beneficiario la recepción de una vivienda en una fecha indeterminada de un futuro brumoso. La gente, desde luego, fue a buscar su certificado. Más pierde el venado que quien lo tira, dice el dicho, y como la esperanza es lo último que se pierde, la gente agarra su papel porque, quién quita y le sale premiado. Pero el escepticismo campeaba en las largas colas, tal como lo pudieron comprobar los periodistas. A Chacumbele ya resulta cada vez más difícil creerle. Pero él, como charlatán de feria, sigue vendiendo esperanza, así ésta sea apenas un pálido remedo de la que despertó hace diez años. Operación electorera más desvergonzada que ésta no recuerda este país. Chacumbele vocifera: cambio certificado de un espejismo por votos. Ese es el lema de la "Misión Vivienda", que pronto será la "Misión Bumerang", porque una mentira tan grande se va a devolver con la fuerza de un tsunami.
Precisamente por lo mismo resulta incomprensible que en doce años el gobierno de Chacumbele haya fracasado tan estruendosamente en este vital ámbito de la gestión pública.
Él mismo lo ha admitido varias veces y la más resonante de sus confesiones de fracaso fue precisamente la de asumir directamente el programa de construcción de viviendas, lapidando implícitamente de incapaces a todos los ministros que han desempeñado esa cartera.
Ahora, pues, Chacumbele es su propio ministro de Vivienda y Hábitat y ha lanzado, en el papel y en maquetas, lo que se anuncia como un gigantesco programa de construcción masiva de viviendas.
Para variar, lo ha denominado "Misión Vivienda".
Por supuesto, la concepción misma del programa es equivocada porque se basa estrictamente en la construcción de edificios de apartamentos, desechando completamente toda idea de rehabilitación de los barrios populares, según lo propusieran, en los inicios del gobierno, tanto Josefina Baldó (quien estuvo unos pocos meses al frente de Conavi), así como otros importantes urbanistas venezolanos. La inefable "Misión Vivienda" está centrada, pues, en lo que podría llenar los ojos y producir la impresión de un gran éxito en aquel plan. El hedor electorero que desprende todo el proyecto es sencillamente inaguantable. Lástima, porque si a alguna iniciativa debería deseársele éxito es aquella que pretenda dotar de casas y apartamentos a los millones de venezolanos que carecen de ellos y viven en ranchos.
Ya la audaz promesa de construir entre este año y el próximo 350 mil viviendas constituye un desafuero demagógico raras veces visto en este país. De hecho, a esta fecha ya deberían estar construidas casi la mitad de las 150 mil viviendas prometidas para este año. Como es bien sabido tal cosa no ha ocurrido, ni de lejos. Pero el ostensible fracaso de la oferta quiere ser compensado con la entrega de "certificados" que "garantizan" al beneficiario la recepción de una vivienda en una fecha indeterminada de un futuro brumoso. La gente, desde luego, fue a buscar su certificado. Más pierde el venado que quien lo tira, dice el dicho, y como la esperanza es lo último que se pierde, la gente agarra su papel porque, quién quita y le sale premiado. Pero el escepticismo campeaba en las largas colas, tal como lo pudieron comprobar los periodistas. A Chacumbele ya resulta cada vez más difícil creerle. Pero él, como charlatán de feria, sigue vendiendo esperanza, así ésta sea apenas un pálido remedo de la que despertó hace diez años. Operación electorera más desvergonzada que ésta no recuerda este país. Chacumbele vocifera: cambio certificado de un espejismo por votos. Ese es el lema de la "Misión Vivienda", que pronto será la "Misión Bumerang", porque una mentira tan grande se va a devolver con la fuerza de un tsunami.
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