No hay acuerdo sobre el tema de que un suicidio asistido podría conducir a una epidemia. Respecto a este derecho existe un desacuerdo fundamental aun entre las más altas autoridades religiosas
Por: Segio Muñoz Bata/TalCualDigital
El Dr. Jack Kevorkian, más conocido como el Dr. Muerte, murió plácidamente la semana pasada en un hospital de Michigan, mientras escuchaba la música de su compositor favorito, Juan Sebastián Bach. Tenía 83 años.
Acusado por sus detractores de ser un hombre cruel, responsable del asesinato de más de 130 personas vulnerables, y alabado por sus defensores como un hombre compasivo y piadoso que ayudaba a enfermos desahuciados que solicitaban sus servicios, Kevorkian vivió envuelto en la controversia.
Alguna vez, mientras estudiaba medicina en la Universidad de Michigan, ideó que a los prisioneros condenados a muerte debería dárseles la opción de escoger entre morir en la silla eléctrica o anestesiados. Quienes escogían la segunda opción podrían decidir si donaban partes de su cuerpo para la investigación científica.
Durante un viaje a Holanda a mediados de la década de los 80, Kevorkian descubre que la eutanasia es legal en ese país y a su regreso a Michigan decide ofrecer "asesoría para morir" a los pacientes que la solicitan en su consultorio.
VIVIR O MORIR
"Yo creo", decía Kevorkian en una entrevista de prensa, "que las personas que son competentes mental y físicamente tienen todo el derecho a optar por el suicidio y nadie tiene derecho a determinar qué es lo que pueden o no pueden hacer con su cuerpo.
Y creo que deben contar con un lugar donde puedan consumar su aspiración". En junio de 1990, Kevorkian asiste en el suicidio de una profesora de Oregon que a sus 54 años empezaba a padecer de Alzheimer y se negaba a permitir el avance de la enfermedad. Este fue el primero de una serie de 130 suicidios asistidos que le llevarían a comparecer ante los tribunales acusado de asesinato.
Cuatro veces se salvó alegando que en todos los casos actuó movido por la compasión y la misericordia. En 1999, finalmente la justicia le encuentra culpable de asesinato por un caso en el que aparece inyectándole drogas letales a un paciente en una grabación, filmada y enviada por él mismo al programa de televisión 60 minutes.
Condenado a 25 años de cárcel, Kevorkian sólo cumplió ocho años tras prometer que nunca más volverá a asistir en un suicidio pero habiendo cumplido su propósito de provocar un debate nacional serio sobre la eutanasia.
Un debate que en términos generales, gira en torno a cuatro cuestiones: ¿Tiene una persona derecho a terminar con su vida? ¿Es verdad que el suicidio asistido podría provocar una tendencia letal? ¿Los médicos que asisten a los suicidas vulneran la integridad de la profesión médica? ¿Se trata de una práctica legal?
Curiosamente, respecto al derecho de las personas a disponer de la propia vida existe un desacuerdo fundamental aún entre las más altas autoridades religiosas. Así por ejemplo, para el Papa Benedicto XVI, "el aborto y la eutanasia son pecados tan graves que la Iglesia no admite la diversidad de opiniones entre católicos que sÍ tolera cuando se discute si se justifica moralmente matar en una guerra o en el caso de la pena de muerte".
Para el Dalai Lama, "si una persona va a morir y padece enormes sufrimientos o se encuentra en estado vegetativo y prolongar su existencia sólo causará mayor sufrimiento y dificultades a otros, la ética budista le permite terminar con su vida".
Tampoco hay acuerdo sobre el tema de que un suicidio asistido podría conducir a una epidemia de suicidios. La hipotética premisa nunca se ha convertido en realidad cuando se han dado casos de suicidios asistidos.
EL PAPEL DE LOS MÉDICOS
Sobre el tema de que el deber de los médicos es salvar vidas, no asistir a su conclusión, tampoco existe una opinión unificada en el gremio. Y en torno a la legalidad del acto, a pesar de existir un fallo de la Suprema Corte de Justicia prohibiendo el suicidio asistido en un caso específico, los magistrados de la Corte se reservaron el derecho de pronunciarse sobre la constitucionalidad de cada caso según se vayan presentando.
Mientras tanto, en 1997 el estado de Oregon aprobó la Ley de Muerte con Dignidad, que les permite a las personas desahuciadas suicidarse con medicinas recetadas por un doctor con ese propósito, y todo indica que el país avanza en la misma dirección.
Ya en casi todos los estados de la Unión se permite que los adultos competentes mentalmente se rehúsen a sostener artificialmente sus vidas entubados a máquinas que les alimentan y les mantienen en estado vegetativo.
Más allá de las excentricidades, el exhibicionismo y la arrogancia del Dr. Kevorkian, lo justo sería reconocerle que esta nueva manera de encarar el tema de la terminación de la vida en Estados Unidos se debe, en gran parte a sus esfuerzos.
Yo, que no tengo planes de suicidarme, se lo reconozco y concuerdo con su planteamiento central. Nadie tiene el derecho de decirme lo que yo debo hacer con mi persona.
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