Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Este gobierno que supuestamente llegó a Miraflores, entre otras razones, por aquel instante estelar televisivo en que Chávez asumió la responsabilidad del golpe contra Pérez, paradójicamente ha resultado el más irresponsable que hemos padecido.
Irresponsable, en un sentido preciso, el de no reconocer nunca sus errores y sus culpas en los desastres en que ha incurrido. Y, como se sabe, éstos han sido tan numerosos y monumentales que sólo por una anomalía de la ley de la gravedad el país se mantiene en pie, si es que todavía se mantiene.
Durante mucho tiempo la desastrosa cuarta república cargó con todas las cruces. Lo que sucede es que doce años después es difícil atribuirle las causas de los entuertos presentes porque ya va siendo un recuerdo lejano, porque en ese largo decenio posterior se ha podido arreglar cualquier desaguisado, porque las barbaridades del presente superan con mucho las del pasado y, por último, Ledezma, Pérez Vivas, Salas o Morel hasta ganaron elecciones a pesar de sus viejas y pecaminosas figuraciones, por no hablar de diputados, alcaldes o concejales.
Siempre tuvo un puesto de honor en estos menesteres el Imperio y sus lúgubres maquinaciones contra los hijos de Bolívar, a la cubana pues.
Y como ésta es la República de una sola voz, la del Líder, un mecanismo muy efectivo era culpar a los funcionarios mayores o menores que engañaban al impoluto caudillo, que de enterarse de sus torpezas y vagabunderías los sabría poner en su sitio. Los acusados callaban, por supuesto, y la popularidad del Inocente se mantenía, a pesar de que era quien los nombraba y eran ejecutores serviles de sus desvaríos e ignorancias. El Poder Judicial hacía de las suyas condenando inocentes y perdonando culpables de acuerdo a los gustos de Palacio.
La juez Afiuni o Giovanny Vásquez serán símbolos eternos de esas andanzas vergonzosas de nuestros jueces, fiscales e intermediarios, por impúdicos e impunes.
Pero ahora hemos vivido una experiencia inédita: la reencarnación de la tragedia eléctrica que azota, con huracanada inclemencia, nuestra vasta geografía (salvo Caracas, ¡guillo!). Ante todo, el gobierno, y en especial Chávez, declararon la independencia eléctrica después de haber luchado contra sequías, niños, iguanas, saboteadores fantasmas y el legado de la cuarta. Mentira, simplemente.
Después de haber supuestamente destinado millardos a esa redención (¿dónde andarán esos reales?) y nombrar a un sabelotodo que, justamente, son los que nada saben, ha vuelto el mismísimo drama y cuidado si peor. Que lo digan los maracuchos que acaban de vivir una temporada en el infierno.
El incapaz que condujo la cuestión, como es costumbre, tenía que encontrar un culpable, muy especial por cierto: el pueblo, Fuenteovejuna, esta sociedad del carajo.
Pero no sólo eso sino que procedió a castigarlos con algo llamado eufemísticamente "contribuciones" que no son sino vulgares y pesadas multas. El soberano se ha autosuicidado eléctricamente a pesar de la pericia y el celo de su gobierno. Semejante barbaridad (¡un ladrón, un ladrón!) de los que destruyen y roban e invierten los papeles sin pestañar deben ser castigados por ese colectivo crucificado. Somos todos al fin y al cabo.
Irresponsable, en un sentido preciso, el de no reconocer nunca sus errores y sus culpas en los desastres en que ha incurrido. Y, como se sabe, éstos han sido tan numerosos y monumentales que sólo por una anomalía de la ley de la gravedad el país se mantiene en pie, si es que todavía se mantiene.
Durante mucho tiempo la desastrosa cuarta república cargó con todas las cruces. Lo que sucede es que doce años después es difícil atribuirle las causas de los entuertos presentes porque ya va siendo un recuerdo lejano, porque en ese largo decenio posterior se ha podido arreglar cualquier desaguisado, porque las barbaridades del presente superan con mucho las del pasado y, por último, Ledezma, Pérez Vivas, Salas o Morel hasta ganaron elecciones a pesar de sus viejas y pecaminosas figuraciones, por no hablar de diputados, alcaldes o concejales.
Siempre tuvo un puesto de honor en estos menesteres el Imperio y sus lúgubres maquinaciones contra los hijos de Bolívar, a la cubana pues.
Y como ésta es la República de una sola voz, la del Líder, un mecanismo muy efectivo era culpar a los funcionarios mayores o menores que engañaban al impoluto caudillo, que de enterarse de sus torpezas y vagabunderías los sabría poner en su sitio. Los acusados callaban, por supuesto, y la popularidad del Inocente se mantenía, a pesar de que era quien los nombraba y eran ejecutores serviles de sus desvaríos e ignorancias. El Poder Judicial hacía de las suyas condenando inocentes y perdonando culpables de acuerdo a los gustos de Palacio.
La juez Afiuni o Giovanny Vásquez serán símbolos eternos de esas andanzas vergonzosas de nuestros jueces, fiscales e intermediarios, por impúdicos e impunes.
Pero ahora hemos vivido una experiencia inédita: la reencarnación de la tragedia eléctrica que azota, con huracanada inclemencia, nuestra vasta geografía (salvo Caracas, ¡guillo!). Ante todo, el gobierno, y en especial Chávez, declararon la independencia eléctrica después de haber luchado contra sequías, niños, iguanas, saboteadores fantasmas y el legado de la cuarta. Mentira, simplemente.
Después de haber supuestamente destinado millardos a esa redención (¿dónde andarán esos reales?) y nombrar a un sabelotodo que, justamente, son los que nada saben, ha vuelto el mismísimo drama y cuidado si peor. Que lo digan los maracuchos que acaban de vivir una temporada en el infierno.
El incapaz que condujo la cuestión, como es costumbre, tenía que encontrar un culpable, muy especial por cierto: el pueblo, Fuenteovejuna, esta sociedad del carajo.
Pero no sólo eso sino que procedió a castigarlos con algo llamado eufemísticamente "contribuciones" que no son sino vulgares y pesadas multas. El soberano se ha autosuicidado eléctricamente a pesar de la pericia y el celo de su gobierno. Semejante barbaridad (¡un ladrón, un ladrón!) de los que destruyen y roban e invierten los papeles sin pestañar deben ser castigados por ese colectivo crucificado. Somos todos al fin y al cabo.
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