Venezuela, que nunca fue un país futbolero, se propuso entrar en las canchas y planificó y ejecutó rigurosamente el plan. Llegamos a las semifinales y llegamos bien, derrotando a un Chile que hasta cierto favoritismo tenía
Por: Simón Boccanegra/TalCualDigital
Bueno, la vinotinto lo hizo. Llegamos a las semifinales y llegamos bien, derrotando a un Chile que hasta cierto favoritismo tenía, después de las debacles de Brasil y Argentina. La verdad es que fue emocionante y a más de uno se le salieron las lágrimas.
Debo confesar que cuando sonó el pitazo final se me aguaron los ojos. No es la hazaña deportiva en sí misma, que no es poca cosa para un equipo que hasta hace pocos años era la sopa de todos los demás, sino saber del tremendo trabajo que está detrás de todo ese esfuerzo.
Venezuela, que nunca fue un país futbolero, se propuso entrar en las canchas y planificó y ejecutó rigurosamente el plan. Primero con Richard Páez, quien sentó las bases de lo que es hoy la vinotinto y luego con César Farías, quien continuó, con su propio estilo y concepciones, avanzando por el mismo camino que ya había abierto Richard.
Ha sido la constancia, la paciencia, el trabajo organizado y sistemático, los triunfos o empates precarios y las derrotas dolorosas, para no dejar decaer nunca los ánimos, lo que explica la notable performance de nuestra selección en la Copa América.
Por supuesto que ganarle a Paraguay el miércoles sería sensacional, pero a estas alturas más que eso lo que importa es que el equipo regresa, aunque no supere el escollo guaraní (creo que es perfectamente posible, sobre todo con la adrenalina que deben estar botando a chorros los muchachos), con un espíritu nuevo, ya consolidado.
El espíritu de ganadores, esa fuerza interior que se lleva en los cachos complejos y sentimientos de inferioridad, para dotar al ser humano de la plenitud de su propia valía y de su capacidad de hacer habitual, banal, una experiencia que hasta ahora tiene los visos de un milagro.
Bueno, ya no jugaremos para ganar por milagro sino porque somos tan buenos como cualquiera de los otros.
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