El país al que Chávez retorna, cada vez que se somete a su tratamiento cubano, no es el mismo. Tanto lo ha percibido, que en un afán de sobrevivencia les está pidiendo a sus partidarios que se despidan de las camisas rojas y las consignas que los delate ante la vitrina vacía
Por: Elizabeth Araujo/TalCualDigital
Aclarémoslo de una vez. El infalible manual de reacciones automáticas de Hugo Chavez no existe, del mismo modo como nadie hallará, por más que lo busque, el "librito del beisbol", que suelen citar los comentaristas deportivos, cuando la tensión de un juego apremia a la altura del octavo inning y los manager de tribuna recurren a ese amasijo de reglas basadas en hipótesis.
Pero, a pesar de su inexistencia, ambos códigos no escritos sirven de guía para las respuestas lógicas, y en ciertos casos logran desorientar al oponente.
Por eso, al bajar de la escalerilla del avión, y aún exhausto del tratamiento médico al que ha estado sometido, al presidente Chávez no le quedó otro recurso que "exhortar" a Nicolás Maduro para investigar acerca de una fulana carta que la MUD "en clara señal antipatriótica" había enviado al Congreso del imperio con fines inconfesables.
Poco le importó saber por qué, por ejemplo, si ahora existen dos ministros del Interior, se ha acrecentado la inseguridad, al punto que en los últimos dos fines de semana la cosecha roja de homicidios trepó la cifra récord de 233; o de por qué la tan cacareada Misión Vivienda se estrella todos los días en protestas de familias defraudadas frente a la sede de Conavi o cómo fue que se extraviaron 29 mil millones de bolívares de los nuevos en un pasadizo secreto del Fonden que el mismo ministro Giordani no ha sabido explicar.
El manual de Chávez lo compele a crear los temas y poner su propia agenda en la calle, a espalda de lo que más inquieta al ciudadano chavista u opositor.
De allí, su "desesperación" por articular un discurso militarista revolucionario que él, mejor que nadie, sabe que no excita a nadie en los cuarteles; o al llamado de la defensa de la soberanía, mientras la identificación privada de los venezolanos acaba en las ruinosas oficinas de la inteligencia policial de los Castro.
Extremadamente viejos esos trucos para que Chávez trate de remontar la cuesta de la desconfianza de quienes aún piensan en él como opción para el 2012.
Demasiadas denuncias de invasión, magnicidios, planes conspirativos, intervenciones telefónicas y ciudadanos que de la noche a la mañana terminan en un calabozo del Sebin, para que la oposición y sus voceros pisen la concha y caigan en el terreno de la provocación.
De tan manido y repetido, este manual de reacciones chavistas empieza a aburrir incluso a los Escarrá y Cilia Flores que hasta hace poco abundaban en los consejos comunales y los ministerios.
El país al que Chávez retorna, cada vez que se somete a su tratamiento cubano, no es el mismo. Tanto lo ha percibido, que en un afán de sobrevivencia el mismo líder de la revolución les está pidiendo a sus partidarios que se despidan de las camisas rojas y las consignas que los delate ante la vitrina vacía.
"¿La ilusión?", respondió una vez Juan Rulfo al referirse a la atmósfera cruel y desesperanzadora de sus relatos, "¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido".
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