Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
La minusvalía de las ideologías se ha llevado en los cachos la moral de Estado, y en general política, en aras del más tosco y oportunista de los pragmatismos. Hablamos poco de su inquietante naturaleza, salvo en cenáculos académicos bastante misóginos. La realpolitik reina.
No queremos ir muy allá en tan eterno y dilemático tema. Pero está ahí siempre por impalpable que resulte y de repente se patentiza fugaz e ineludible, sirviéndonos de medida para nuestros tristes adormecimientos y lamentables penurias. Al azar de los días nos topamos con casos diluidos en la profusión informativa y que no está de más registrarlos por ejemplares para este país muy enfermo. Señalemos un par de ellos muy recientes que nos han llamado la atención.
Ayer mismo un cable informa que el alto gobierno iraní ha arremetido con furia contra Dilma Rousseff por haber deteriorado una estrecha y fecunda relación entre los dos países. Los motivos son conocidos: la condena de la dama a los atropellos sistemáticos contra los derechos humanos que practica el fundamentalismo de Ahmadineyad, entre otras su indignación por nimiedades como la lapidación de mujeres "pecadoras".
Suponemos que tales posturas tienen el costo de algunos buenos negocios y una deseable alianza estratégica para un país empeñado en estar entre los grandes del planeta. Y no se puede dejar de recordar las triquiñuelas de Lula bendiciendo primero que nadie unas elecciones fraudulentas cuando las calles de las ciudades iraníes se llenaban de sangre de los centenares de miles de sus ciudadanos que pedían honestidad electoral. O cabroneando el proyecto atómico de sus socios, cuando prácticamente el mundo entero, rusos y chinos incluidos, lo condenaba. Piensa uno también, inevitables asociaciones, en la enternecedora amistad de nuestro Ayatola casero con su distante socio y en nuestras feministas al estilo marialeón.
El juez Garzón debe ser el más famoso del mundo. Son innúmeras sus proezas jurídicas, habiendo pasado por sus muy sabias y diestras manos muchos de los más sonados casos de la España democrática: terroristas, corruptos de estirpe, narcos, políticos sucios, paramilitares... y, sobre todo, el haberle dado su merecido al criminal y ladrón de Augusto Pinochet. Bueno, como se sabe, está siendo juzgado, básicamente, por haber intentado esclarecer los horrendos crímenes del franquismo, colidiendo con una ley de amnistía. Causa impulsada, por supuesto, por el fascismo ibérico. Millares de españoles y toda la gente decente de este mundo se rebelan contra este desaguisado. Nosotros también. Pero hay que reconocer que al menos existe en la madre patria una justicia que osa juzgar a una de las grandes figuras de la España actual, además tan estelar como Penélope o Almodóvar. Y naturalmente uno piensa en nuestra juez Afiuni, condenada por aplicar la ley, acusada de soborno sin dinero y maltratada física y legalmente de todas las maneras imaginables para satisfacer una cantada venganza presidencial. Y, claro está, en nuestro inefable Tribunal Supremo y en nuestra sublime Fiscalía.
Como se ve estos ejercicios tienen alguna utilidad. Porque nos estamos olvidando de demasiados principios. ¿Se han dado cuenta de que hasta la causa de la corrupción, otrora tan en boga y tan pagante, ha pasado de moda, justo en estos tiempos de su máximo esplendor? Así andamos.
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