Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Si algo ha habido de monótono, de ladilla, en este gobierno es el ajedrez ministerial, la forma en que mueve las piezas el Presidente, quien no sabe sino enrocar y dar mate pastor. Una boludez completa.
Ya uno ignora quiénes son los ministros y ni siquiera está al tanto de cuántos son y cómo se denominan los ministerios. Entre otras cosas porque prácticamente ninguno de los ministros habla, solo sonríen y aplauden cuando aparecen en público, y cuando lo hacen solo repiten las mismas letanías apologéticas donde la invocación del Comandante-Presidente es el leitmotiv.
Pero hay unos nombramientos recientes que, por vez primera en mucho tiempo, desde la aurora revolucionaria diría, hacen pensar. El de Diosdado Cabello en el Parlamento, a quien muchos teníamos por el más poderoso y odiado rival de Esteban, el más oculto en las sombras también, con el que mantendría el duelo final, solos ambos al borde de algún abismo, como en un policial gringo.
Además, los tiempos eran malos para Diosdado, seguramente no en cuanto a su poder real pero sí a su figuración pública: derrotado vergonzosamente en Miranda, acusado sin clemencia de depredador del tesoro público por sus vencedores, desasistido de Chávez, diseminada su fama de Corrupto Mayor, hasta el punto de que Henrique Capriles Radonski, parco en camorras y adjetivos, le dio con todo en el momento de su alto nombramiento parlamentario, vergüenza nacional dijo, y recomendó a los diputados que no dejaran su billetera personal fuera de lugar.
Por ser realmente enigmático ha generado comentarios de todo tipo. Por dar un ejemplo enrevesado, pero sugerente: los militares habrían pasado a controlar los resortes del poder.
A Diosdado, en el fondo, no lo pusieron sino se puso. La fantasmal enfermedad presidencial de por medio, ha hecho que los milicos de la derecha endógena se apropien del poder, con una cierta y edulcorada distancia de un Chávez disminuido.
Esa preeminencia garantizaría la sucesión, limitaría los desvaríos extremistas y cubanoides, y Dios sabe qué harán después de un 7 de octubre nefasto. A estas suposiciones se suma el anunciado defenestramiento de civiles cimeros, al parecer del familiar afecto presidencial, como Jaua, El Aissami y Maduro, que serán enviados a inciertos destinos electorales en tierras donde la oposición reina y dejarían un vacío de cuyo relleno dependerá, en definitiva, la solución del sudoku en cuestión. (Rafael Poleo, como siempre, en un artículo muy difundido ha llevado un clima parecido hasta la caricatura).
Pero queda el nombramiento en Defensa de Henry el Duro, que enreda más la madeja. Allí parece que Chávez se salió con la suya, nombrando a uno de sus más fieles mastines. Pero, ¿qué gana el Comandante nombrando a un señor que tiene un rabo de paja interminable, que interfiere sus amores con Santos, le da posibilidad a los diabólicos gringos de que esgriman cualquier grabación operática que complique al señor con el narco, Makled verbigracia? ¿Por otro lado, no es demasiado darle un puesto semejante a un oficial que ha cometido la blasfemia constitucional, adulancia hiperbólica y balurda, de decir que las Fuerzas Armadas rechazarían la voluntad popular en caso de no ser mayoritariamente chavista? Está bien, Chávez es imprevisible, pero no tonto. Sobre esto no nos pronunciamos.
Pedimos excusas por lo inconcluso de nuestro razonamiento y lo poco fornidas de algunas de nuestras hipótesis, pero en el planeta del secretismo, desgraciadamente, hay que imaginar.
Lo que sí aseguramos es que a los alacranes los trajeron las lluvias y están en los sitios menos pensados, como es su costumbre.
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