Capriles está mezclando las fronteras que dividieron al país. Se empeña en reunir el mapa completo y desechar la visión maniquea según la cual de un lado están los buenos y del otro, todos los desgraciados. Se propone abrir un nuevo ciclo histórico relatando un futuro de país que todos podamos compartir y ser mejores como ciudadanos
SIMÒN GARCÍA/TalCualDigital
Henrique Capriles está poniendo en acción una nueva política. No es casual que su primera iniciativa de campaña persiga la relación directa con los electores a través de un gigantesco programa de visitas que está llegando más allá de donde termina el asfalto.
Es una modalidad donde Capriles camina sin contendor. Es también la ruta hacia territorios poco transitados por la oposición y la conexión con los electores despolarizados, aquellos que por su inclinación débil hacia cualquiera de los dos candidatos o por estar fuera de la dinámica política, se mantienen más como observadores que como defensores de una causa cegados por el incivilizado pensamiento de convertir en polvo cósmico a sus adversarios.
Capriles está mezclando las fronteras que dividieron al país. Se empeña en reunir el mapa completo y desechar la visión maniquea según la cual de un lado están los buenos y del otro, todos los desgraciados. Se propone abrir un nuevo ciclo histórico relatando un futuro de país que todos podamos compartir y ser mejores como ciudadanos.
Por supuesto que subsistirán las diferencias con quien prefiera el autoritarismo a la democracia, el centralismo a la descentralización, el dadivismo antes que la movilidad social o justifique la inseguridad como un reflejo de la lucha de clases.
Pero las discrepancias serán resueltas con democracia y no con operaciones de exterminio político contra quien se insoburdine frente al pensamiento único.
Capriles, con una admirable disciplina estratégica, mantiene su propio rumbo: primero la gente, la solución de los problemas, el plan de reconstrucción social y productivo, la unificación participativa y un programa viable de cambio con progreso.
Está asumiendo visiones para superar nuestros dos grandes vaivenes históricos en materia de objetivos país: el de una democracia sin justicia social y el de una justicia social sin democracia. Y lo está haciendo con la conciencia de expresar la resistencia social al continuismo y a la restauración de la política separada de la gente. Abierto al encuentro con el mundo no representado políticamente y con la franja de venezolanos que están despertando de la fascinación y la fe en un caudillo populista.
El sol se está poniendo hacia otra comarca. Son muchos los factores que limitan la fuerza, estatal y personal, del otro competidor. Su desempeño está desbordando cualquier imaginable horizonte de incompetencia. La repetición y el estiramiento de las promesas rebajan subrepticiamente su credibilidad. Aunque aún medio ondea las banderas originales, pero con una formalidad cada vez más desteñida.
Pero hay dos extraordinarios obstáculos que desmoronan la continuidad de la vieja mayoría: el rechazo a la imposición del modelo cubano de socialismo autocrático, estatista y centralista. La insalvable dificultad para crecer en aquella mitad de la población que sometió a humillaciones, agresiones y exclusiones durante más de diez años.
El país ganará su batalla hacia el progreso. Capriles se convertirá, raund tras raund, en una esperanza concreta. Hay que tenderle la mano y ayudarlo sabiendo que en ese combate no hay que dejar camino por veredas.
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