Mientras en las calles, urbanizaciones y barrios de Venezuela mueren decenas de ciudadanos acribillados en medio de tiroteos interminables, ya sea provenientes de bandas de narcotraficantes, sicarios o asaltantes en motos, o de militares, especialmente de la Guardia Nacional Bolivariana, o de las policías nacionales, estadales o municipales, del Cicpc o el Sebin, el señor Maduro arregla sus maletas y se va de viaje acompañado de un numeroso séquito que ya quisiera alguno de los príncipes sauditas.
Deja tras de sí un país en pleno desastre, caótico y en proceso de quiebra económica, azotado por una epidémica escasez de productos básicos y en la ruina moral más escandalosa que haya conocido Venezuela en su larga y sufrida historia.
En estas condiciones Maduro no viaja sino que virtualmente se escapa, se toma unas vacaciones con los lujos que todo viaje oficial implica, los banquetes exóticos que le sirven los mandatarios extranjeros no para agasajarlo sino para amarrarle unos contratos leoninos y terminar de apoderarse de la franja del Orinoco, rica en petróleo y en chanchullos. Lo que queda para los venezolanos de la famosa franja es un reguero de huesos que hasta la fauna depredadora desprecia.
Maduro regresará con más dinero chino en el bolsillo y con ello una montaña de facturas que deberán pagar los venezolanos en el futuro. Hasta ahora el dinero que China nos presta no ha servido para nada porque las condiciones de vida de la mayoría de los habitantes de este país no han mejorado en lo absoluto; más bien, se han empobrecido ostensiblemente.
El dinero que Maduro va a buscar, sin mostrar vergüenza alguna, se gastará en proyectos fantasmas, en construcciones faraónicas que jamás se terminan, en la compra de armamento no sólo obsoleto sino inútil en previsión de guerras que jamás ocurrirán porque no están en los planes de los gobiernos latinoamericanos, la mayoría de ellos azotados por las redes del narcotráfico, que manejan más dinero que los presupuestos nacionales, y que además tienen a sueldo a gobernadores, generales y altos jefes de la policía. Una guerra les entorpecería el negocio y eso para nada le caería bien al crimen organizado regional y mundial.
Guerra verdadera es la que se lleva a cabo en este momento en Venezuela contra la población civil, con más de 45.000 homicidios en la etapa bolivariana, con grandes masacres en las cárceles donde impera la pena de muerte, en los barrios en los enfrentamientos entre pandillas, que dejan un saldo “colateral” de niños y niñas, madres y abuelas asesinadas por la mala fortuna de cruzar la calle en medio de una balacera.
Mientras esta dolorosa y violenta realidad acaba con gente buena y pacífica, al señor Maduro no se le ocurre otra cosa que ver en su casa la película El Hombre Araña (Spider-man) parte III. “Eso es candela, desde que empieza hasta que termina es muertos y más muertos”, afirmó Maduro con cara de sorprendido. ¡Upps!
El Nacional
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