Hace unos días apuntábamos que la economía comenzaba a acorralar al presidente Maduro. Lo está haciendo precisamente por el costado laboral. Para cualquier observador, por desprevenido que sea, es inocultable la situación de conflictividad permanente en el mundo del trabajo (que ha generado sicariato, prisiones, despidos…) que conoce el país.
Los paros y huelgas se multiplican por todas partes. Sobre todo los trabajadores del sector público se muestran particularmente combativos y reclamadores. Se entiende por qué.
En la administración pública la contratación colectiva está virtualmente congelada desde el año 2004. El gobierno ha logrado anular a los sindicatos del área y las decisiones que competen a los trabajadores son tomadas por decretos gubernamentales. Años de esfuerzo por desarrollar el sindicalismo entre los trabajadores públicos casi han sido destruidos por el gobierno de Chávez y el de su sucesor, el llamado “presidente obrero”. Los trabajadores públicos se cuentan entre los más indefensos y desasistidos de la masa laboral venezolana. En el sector privado, sobre todo en las empresas de mayor calado, el sindicalismo sobrevive activamente, en franco contraste con lo que ocurre en la administración pública, donde los sindicatos pueden considerarse literalmente en plan de defunción.
No deja de ser una ironía “revolucionaria” que con un presidente que se jacta por cierto, exagerada y oportunistamente de su origen supuestamente obrero, la situación de los trabajadores no conozca ningún cambio en positivo con respecto a la que siempre fue.
Pero, en la práctica, la cuestión no reside en el origen social del primer mandatario (que, por lo demás, no es el que él señala, lo cual, en el fondo, no tiene ninguna importancia, como no sea a los efectos de la demagogia y la simulación) sino en la política que desde su sitial se desarrolla respecto del mundo sindical.
Lo de la congelación de la contratación colectiva en la administración pública es más grave de lo que parece. La contratación colectiva constituye el alma, la razón de ser del sindicalismo moderno, una vez superada la etapa de luchas por hacerlo reconocer como un interlocutor social y político. Sindicatos despojados de su capacidad de discutir las condiciones de vida y trabajo de sus representados es como si no existieran. Quedan colgados de la brocha, reducidos a los reclamitos insignificantes, pero fuera del mundo de relaciones sociales, al margen del cual pierden todo sentido. En este ámbito se está viviendo una verdadera contrarrevolución.
En este momento se encuentra en nuestro país una misión de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), que procura enterarse de la realidad laboral. El gobierno literalmente ha secuestrado a la misión y le ha organizado una gira turística, por las distintas dependencias de la administración pública, pero evitando todo contacto con los trabajadores. Esperemos que los “misioneros” de la OIT no se dejen marear y hagan honor a aquel enviado suyo, de apellidoVermeulen, quien en tiempos de Pérez Jiménez vino al país y produjo un informe que dejó en paños menores a la dictadura. No equiparamos los tiempos, pero también hoy esta misión de la OIT tiene mucho paño que cortar en el país del “presidente obrero”.
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