lunes, 27 de enero de 2014

Fuerte a bolívarFuerte a bolívar

WILLIAM ANSEUME |  EL UNIVERSAL
Muy ocurrente quien determinó en aquel momento denominar fuerte a nuestra moneda, en procura de dar una imagen de economía bien manejada, competitiva, en el mundo y más ocurrente aún quien volandero determinó volver a dejar a secas el apellido del Libertador como valor simbólico, sin adjetivarlo.
Claro quien pidió borrón y cuenta novísima sabía lo que en materia económica se nos avecinaba pronto: una debilidad anémica indetenible. Una baja hemoglobínico- monetaria  incapaz de detenerse por nada.

En aquel momento, podemos recordar, la idea era contrastar la debilidad del bolívar anterior, el cuarto-republicano, con el quinto-republicano, sólido, imperturbable ante el mundo circulante de las monedas, era ese el sostenimiento más eficiente de la ideología castrocomunista modernísima: el socialismo del veintiún siglo: una repartidera a manos rotas o sin manos, más bien, de dólares frescos al universo, maletines repletos de dólares a Argentina para los panas sureños, a los isleños, a los centroameriqueños (Nicaragua quiero decir), a los bolivianos y a cuanto indigente se acercara a disfrutar de la prodigalidad del ahora muerto. Fuertes en el mundo era el discurso del nuevo-viejo-.rico.

Ahora con "bolivita" nos quedaríamos cortos para enunciar la situación de nuestra debilidad e indigencia monetaria, ¿reflejo de qué? ¿De un fortalecido país petrolero, con una industria consolidada internacionalmente, productora de gasolinas, de cuanto producto existe para que los carros anden, los aviones vuelen y cualquier cosa se mueva, el gasoil, los aceites para motor? ¿Exportadores a rabiar de crudo consciente a los compradores indicados, firmes, con mercados garantizados por la seriedad y la eficiencia? No, no, no, no, no. Triquiñuelas, regalos compradores de conciencias internacionales, un mismo ministro presidente de la petrolera durante años y más años de descalabro absoluto y demostrado en los distintos eneros, cuando devalúan. Palo abajo.

Ninguna comiquita es capaz de superarnos.

No existe imaginación humana, como no sea la del moribundo Fidel, aunado con el muerto aquél y este fanfarrón nuevo que tenemos al mando, militarizado y que se nota ya también agónico de problemas, de cansancio, de hastío por recoger y cargar las sobras del muerto.

Vamos muy bien enrumbados, viento en popa al propio despeñadero.

Definitivamente, un país planificado, con una industria creciente: carente de dólares para cualquier cosa, por lo tanto somos una nación que no importa (en casi cualquier sentido) que no exporta, que no produce ni con qué descomer, mucho menos para comer, de donde escapan casi a la par dólares (que son inversiones posibles de facto) y cerebros: los estudiantes emigran tal cual antes exportábamos petróleo, con una solidez marmórea y entendible, también los profesores. En esta debacle de sálvese quien pueda o ¿quién apaga la luz si no hay? se confunde dádiva con inversión, casi que celebramos la inexistencia de elecciones este año.

Pero una industria logrará salvarnos irremediablemente, cual Superman, Chapulín o Batichica, la del turismo; el turismo venezolano carece de comparación posible entre los destinos a los que acuden los viajeros rota-mundos, aquí estamos esperándolos a todos, para quitarle esos dólares y embolsillárnoslos, para verlos caer sin maletas, defenestrados. Eso sí, después que los amables turistas aprecien la calidad vital que genera en los seres humanos este glorioso socialismo de este siglo que queremos compartir como una vacuna, sin vacas, contra el "mesmo  imperialismo yanquis": aquí, antes de morir a manos de cualquier cosa que camine, podrá el turista, muy bienvenido, disfrutar nuestros espléndidos basureros, inigualables en el mundo, esparcidos con ambiental conciencia por la venezolanidad, las calles y autopistas todas construidas en un pasado remoto y remozadas ahora con su diseño lunático solo mata automóvil. También podemos ofrecerle los restaurantes con la mayor violencia en subida de precios y una perla margariteña: la escasez. Dos palabras infaltables en la cultura neo-rica venezolana: "no hay", ya las tiendas y lugares de compra lo tienen traducido a las diferentes lenguas posibles de nuestros visitantes, hasta en mandarín "no hay" ni pan, una reliquia del siglo pasado. Podrá también usted, amigo visitante, apreciar de cerca un aspecto cultural que hemos desarrollado en estos últimos gobiernos: las colas, las hay para escoger, humanas cortas o largas, vehiculares interminables. La cola es la proverbial afirmación de la situación del país: detenido.

También ofrecemos la censura, ahora refinada en carencia lagunar y aduanera de papel, y diferentes presos que estorban políticamente y no salen ni que lo pida el Papa.

Por suerte para nosotros, existen lemas, dichos, frases y canciones que nos llenan de positividad mayor que los dulcísimos programas gays de los astrólogos y astrólogas, debo decir: "todo tiene su final, nada dura para siempre".

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