Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Venezuela atraviesa una crisis económica, política y social de dimensiones colosales, como pocas veces en su historia republicana. Habría que agregar que esta ya ha hecho explosión y que nada augura que va a detenerse o aminorarse en lo inmediato, antes por el contrario.
De manera que es hora en que debemos reflexionar muy seriamente sobre lo que tenemos que hacer porque no pocos peligros, algunos insondables, parecen asomar en el futuro más o menos inmediato del país. La palabra responsabilidad se convierte hoy en un dramático imperativo. Hoy hacemos algunas consideraciones sobre el diálogo tan mentado.
Para comenzar no es ocioso decir que es una equivocación presentar como excluyentes las que parecen las dos opciones mayores que se nos plantean, diálogo o salida, salón o calle como dicen algunos con sorna. Nosotros creemos que esa es una disyuntiva falsa si se lleva a los extremos. El presidente Santos decía en estos días una frase feliz, paradigmática al respecto: nosotros peleamos en Colombia como si no existieran las conversaciones de La Habana y dialogamos allí como si no existiera la guerra en Colombia. De más está recordar que muchas conversaciones de paz, en definitiva exitosas, se realizaron en guerra, por ejemplo en Centroamérica. Y de suyo al menos declarativamente no hemos oído a nadie sensato excluir uno u otro camino, calle y diálogo. Pero es bueno tenerlo claro.
Ahora bien, es nuestra opinión que eso que llaman Conferencia de Paz más tiene que ver con un aquelarre populista y pseudemocrático que con un diálogo serio y responsable.
Y tienen razón los que no han querido asistir. Si eso, esa cosa amorfa y ventajista, se hubiese entendido como una invitación al diálogo no hubiese sido tan mala pero parece cada vez más evidente la intención del gobierno de hacerla un sustituto perverso de éste. Da pena decirlo pero un diálogo necesita dialogantes representativos y aceptados por las partes, un lugar adecuado, mediadores y testigos, agenda, discreción muchas veces, reglas de juego.
Simplemente lo que hicieron Gaviria y Carter en aquella mesa de hace un decenio, para no salir de casa.
Pero al parecer hay un inconveniente para abrir el diálogo. La oposición, tanto la MUD como los estudiantes, han puesto condiciones. Nosotros las consideramos razonables y pensamos que, en definitiva, se pueden resumir en una amnistía general e investigación y sanciones para los culpables de tanta crueldad represiva contra los manifestantes como la que todos hemos visto, ahora que casi todo se ve. Así como el desarme de los camisas pardas criollos, nietos del nazismo. Con respecto a lo primero, la amnistía, no es demasiado pedir, desde hace tiempo eso ha estado sobre el tapete y en algunos momentos con un alto grado de probabilidad, al menos eso decían quienes tramitaban el asunto sin ser desmentidos.
Y, segundo, el gobierno se ufana de haber detenido al menos a diez miembros de las fuerzas del orden involucrados en asesinatos y torturas, sería cosa de enseriar la tarea de establecer verdades aceptables por las partes, que no pueden venir de una Asamblea Nacional sectaria y sin prestigio, e impedir la impunidad que tanto indigna. En cuanto a los colectivos armados habría que hacer creíbles, con hechos, las palabras de Maduro, que ha jurado públicamente que no hay chavistas con armas, lo cual es ciertamente difícil de creer. Tanto amor, deseo de paz y reconciliación hay en la retórica melodramática y cursilona del gobierno que estos gestos de justa probidad política no parecen gran cosa, no lo son para quien tenga sentido de país.
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