Por: Fernando Rodeíguez/TalCual
Sin duda el chavismo ha convertido el Ejecutivo nacional, del cual son vasallos el resto de los poderes, en un verdadero monstruo institucional. Baste recordar que existen más de cien viceministerios. O que existe uno de la suprema felicidad social, suprema cursilería.
O que el enroque practicado durante quince años ha permitido que un solo sujeto transite de una silla del gabinete a otra muy distinta, como si la especialización y la complejidad de los asuntos públicos fuera un prejuicio meritocrático y burgués. O que los militares que uno supone duchos en armamentos y en el arte de la guerra se consideren aptos para cualquier tarea civil por equidistante que esté de los escenarios bélicos. O que Rafael Ramírez, entre otros, ocupe tres cargos de señalada complejidad.
Que estos señores y señores hayan convertido esta tierra de gracia, con todo y petrolero a cien dólares, en un desastre descomunal no es entonces de extrañar.
Pero además de todo existe una estructura paralela, llamada las misiones, que son treinta y cinco y que estamos seguros que nadie recuerda ni la mitad de sus nombres.
A esta se le suma ahora la Gran Misión Hogares de la Patria, dedicada a los niños desprotegidos. Y se va a aprobar una Ley Orgánica del Sistema de Misiones y Grandes Misiones para acabar de completar ese otro yo del gabinete. Como se recordará, el finado presidente Chávez confesó sin muchos disimulos que éstas, las primeras, habían nacido para ganar el referendo revocatorio, que en principio tenía perdido, bajo la sabia tutela de Fidel Castro. Y la cosa funcionó, por cierto, con la ayuda de Jorge Rodríguez en el CNE que postergó el decisivo evento hasta que se pudiera recoger la cosecha clientelar. Para eso sirven las misiones, básicamente para ganar elecciones. Es bastante probable que hubiese habido otro resultado en los últimos comicios presidenciales de Chávez sin la Gran Misión Vivienda, con la que se trató de subsanar, sobre todo publicitariamente, una gestión catastrófica en el área fundamental del hábitat de los venezolanos pobres.
Pero ese aparato estatal paralelo, clientelar y populista, se ha expandido a casi todos los ámbitos de la vida nacional. Por ejemplo, todo el sector educacional universitario reciente no es hechura de algún abstracto Ministerio de Educación sino son las universidades de Chávez y la mayoría de sus estudiantes y profesores, agradecidos, deben pagar debidamente los favores recibidos, con continua pleitesía y oportunos votos. Pero en este caso se suma otra función básica de los misioneros y afines, enfrentar y degradar las universidades autónomas y de razonable nivel y tradición en las cuales son muy malqueridos. Porque esa es otro objetivo de las misiones, remendar las derrotas electorales cuando las hubiese. Pero no sólo son ellas el Estado paralelo. Eso deben hacer, también, las comunas en los estados y municipios en manos adversas. O es lo que hacen algunos funcionarios que se colocan en sitios estratégicos y con nombres rimbombantes para recibir fondos que debería administrar los electos por el voto popular. Como Jaua en Miranda o Jacqueline Farías en Caracas, esta última después del brutal despojo de funciones y medios a que fue sometido Antonio Ledezma luego de ganar electoralmente la Alcaldía Mayor de la capital.
Estos son los fines del Estado paralelo, buscar votos o recuperar poder allí donde se ha perdido. No es poca cosa semejante abuso.
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