Ni siquiera había llegado Garbiñe Muguruza Blanco a los vestuarios del parisino Stade Roland Garros, tras su aplastante victoria del miércoles sobre la casi imbatible estadounidense Serena Williams, cuando ya se hablaba por allí de una eventual actuación suya defendiendo los colores venezolanos por haber ella nacido en Caracas en 1993
HÉCTOR BECERRA/TALCUALDIGITAL
Ni siquiera había llegado Garbiñe Muguruza Blanco a los vestuarios del parisino Stade Roland Garros, tras su aplastante victoria del pasado miércoles sobre la casi imbatible estadounidense Serena Williams, cuando ya se hablaba por allí de una eventual actuación suya defendiendo los colores venezolanos por haber ella nacido en Caracas en 1993.
Cosa más parejera ésta, como diría mi abuela, pero bienvenido sea el hecho si es que se concreta, aunque luce más difícil que encontrar un kilo de harina.
Viéndolo bien, el ejemplo de esta esbelta joven va acorde con la diáspora que viene sufriendo el país en los últimos lustros. Es, por así decirlo, el más reciente eslabón de una larga serie de exitosos personajes que vieron su primera luz en esta tierra de gracia y después se fueron.
Han podido sobresalir en sus oficios y hacerse conocidos por sus logros sintiéndose orgullosos de su origen, portando la bandera tricolor de siete o de ocho estrellas. Sin embargo, es todo lo contrario.
En cuanto a los atletas, esto de las dobles nacionalidades ha sido algo común desde hace mucho tiempo, aquí y en todas partes del globo.
En el propio tenis, disciplina todavía tildada de elitesca aunque cada vez con mayor penetración popular, tenemos el recuerdo de Martina Navratilova, una de las grandes de todos los tiempos y nativa de la antigua Checoslovaquia, que se "hizo" gringa y se cansó de darle triunfos al imperio por cuanta cancha pasara.
Y cómo dejar de mencionar a la "Saeta Rubia", el bonaerense Alfredo Di Stefano, quien tras jugar en sus inicios con la selección de Argentina participó luego en más de 30 partidos con la de España.
Las migraciones que directa o indirectamente terminan cambiándole el uniforme a determinados competidores siempre tienen el mismo trasfondo: buscar mejores escenarios para alcanzar las metas propuestas.
La Venezuela de hace décadas, próspera económicamente, segura y acogedora, muy distinta a la de ahora, se "benefició" en más de una ocasión con la llegada de algunas oleadas de extranjeros dispuestos a darlo todo por un futuro ideal.
Mujeres y en particular hombres de variadas profesiones, oficios y hobbies, incluyendo deportistas. La gran mayoría de ellos se "hacían" criollos con todas las de la ley, lo que incluía sudarse la casaca vinotinto y pelear por la victoria si así lo ameritaba la ocasión.
Hoy, para nuestro mal, las circunstancias tienen otro piquete. Valga entonces la oportunidad que nos brinda la bella y triunfal Garbiñe, muchacha de 20 años hija de padre vasco y madre venezolana, que estudio en la calurosa Guatire hasta los 12 y se fue a Barcelona de Cataluña en 2003, pero que compite como española en el más alto nivel del tenis, para recordar a Enrico Forcella Pelliccione, monegasco descendiente de italianos que en Roma 1960 le dio a este país su segunda medalla olímpica.
Bronce en la especialidad de tiro, modalidad carabina de pequeño calibre (50 metros). Desempolvando una entrevista concedida por su esposa Alicia, encontramos algunos pasajes sobre el campeón fallecido en 1989.
"Enrico me contaba que un amigo le recomendó que se viniera para acá, porque aquí nunca nevaba y la temperatura siempre era agradable. El tenía una complicación circulatoria y el frío le hacía mucho daño...cuando lo conocí en 1972 estaba muy enfermo, luego nos casamos y estuvimos juntos 18 años", contaba rebuscando bien adentro en la memoria.
Forcella nació en Mónaco en 1907 y sus padres eran de Brescia, en la región de la Lombardia, al norte de Italia. A los 17 años comenzó a practicar el tiro y a los 21 se tituló con la delegación "azzurra" en el Mundial de Lucerna, Suiza (1928).
Sirvió en la II Guerra Mundial con las fuerzas italianas y en ese trajín desmejoró su salud, lo que a la postre le cambiaría el destino, ya que tras mucho revisar en los mapas por una nación de clima benévolo se decidió por Venezuela a mediados de los 50.
Tras pasar su primera noche caraqueña en un banco de la sanjuanera plaza Capuchinos, el recién llegado poco a poco se fue adaptando al nuevo ambiente. Como medio de sustento tenía lo que le quedaba de un pequeño taller de ebanistería, donde aprovechaba sus aptitudes para trabajar la madera.
Un día de 1957 se fue hasta el Polígono de Fuerte Tiuna, donde pidió una carabina prestada y empezó a afinar la puntería otra vez. Allí lo vio un coronel, Héctor D’Lima Polanco, quien quedó impresionado por la habilidad del desconocido italiano después de que atinó todos los tiros al blanco.
Luego que las autoridades indagaron su currículo, en atención a su virtuosismo con las armas deportivas y a su apego por el nuevo terruño, se iniciaron de inmediato las gestiones para nacionalizarlo venezolano e integrarlo a la selección nacional.
Su primera figuración en el exterior fue un cuarto lugar en el Campeonato Mundial de Moscú en 1958, ya con 51 años a cuestas. Antes de ganar su presea bronceada en las Olimpiadas de Roma, solo superado por el alemán P. Kohnke y el estadounidense J. Hill, Forcella se había llevado las medallas de oro en los Juegos Centroamericanos del Caribe de 1959 y en el Suramericano de 1960.
Por ahora, historias como la de Forcella, ocurridas en la Venezuela pujante, tolerante y generosa de antes, se antojan irrepetibles en esta nación de gobierno autoritario, sobrecargada de inmoralidad, deprimida en su economía y violenta que hoy nos acobija.
Tras el triunfo de Garbiñe ante la Williams, la jugadora le declaró a un periodista, a una pregunta de éste, que ella aún pensaba si defender a España, donde es tenida como la nueva promesa de su tenis femenino, o a Venezuela en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Saben una cosa, creemos que lo dijo solo por diplomacia y no la culpamos si fue así.
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