Sin duda el tsunami árabe, sobre todo el libio, le ha puesto la paranoia a millón a Chávez y sus acólitos. No sólo por la magnitud del operativo en participantes y poder de la coalición vengadora ("oye, Jaua, eso que nosotros decimos del Imperio como que es verdad...") sino porque es difícil hacer olvidar todo aquello del Bolívar libio, la espada que camina, el gran cordón, el estadio, el honoris causa, la carpa, los muchos viajes y abrazos y carantoñas.
Han vuelto los inminentes proyectos de invasión, de magnicidio, de robarnos el petróleo, de anexarnos a lo puertorriqueño y otras maldades.
Hasta el encorbatado y poco dado a bromear Alí Rodríguez ha declarado en La Habana que la intervención de las potencias no sólo quiere acabar con la Opep sino apoderarse de la Amazonia para su vil explotación. Por supuesto que buena parte de estos tormentos son pura y simplemente culillo porque se tienen unas cuantas causas pendientes bastante mal cotizadas en las cancillerías "imperialistas" y nuestra capacidad bélica no es como para considerarla admirable, ni siquiera suficientemente entrenada y con muchos antecedentes heroicos conocidos.
(A pesar de Simón Bolívar y otros brillantes uniformados de hace mucho, muchísimo, tiempo). Pero también hay una buena dosis de utilización del eventual martirio en beneficio del mártir mayor y sus proyectos electorales.
Siempre se pueden usar un bloqueo, un invasor, el apocalipsis, los judíos, el vecino, los extraterrestres... para justificar nuestros pecados y suscitar el amor al terruño y a su cacique.
Pero no todos son lamentos, premoniciones y temblores. Hay hechos. Es probable, dicen algunos, que ciertas concesiones muy novedosas del régimen se deben a que temen, por ejemplo, que un huelguista muerto por hambre podría ser equivalente del buhonero suicida tunecino, la chispa que prenda la pradera. O esta espantosa y todavía poco comprensible emergencia de unas milicias del Psuv, en abierta competencia con las fuerzas armadas. O la sustitución de los juegos de futbolito y Mario Bros por los de asaltos a trincheras y gritos de guerra: cosas bastante poco educativas, perversas... que la guerra es mala.
Pero a mí me atemoriza especialmente lo que dice el diputado Saúl Ortega, él o cualquier otra foca, siempre dicen lo mismo, lo que Esteban dice: "Ellos (el Imperio, claro) quieren mandar sus cañones y sus portaviones para robar nuestro petróleo. Los políticos venezolanos... son parte de una agenda intervencionista norteamericana y utilizan la Comisión de derechos Humanos (OEA) para agredir a nuestro país". Esos "apátridas" somos, pues, tan enemigos como los malditos gringos y sus cómplices (como 180 países en el caso Gadafi) y me imagino que merecedores de las mismas represalias bélicas que los imperialistas a los cuales servimos. Somos, pues, una quinta columna. Un caballo de Troya. Infiltrados en las sombras. De manera que, pongamos por caso, ganásemos las elecciones, algunos generalotes deberían considerar un deber patriótico impedir semejante entrega de la soberanía, así sea con una guerra civil. Cosa poco deseable si uno ve las imágenes y lee las noticias del entuerto en que anda metido el aguerrido líder islámico de circense ropaje y ojos feroces.
Han vuelto los inminentes proyectos de invasión, de magnicidio, de robarnos el petróleo, de anexarnos a lo puertorriqueño y otras maldades.
Hasta el encorbatado y poco dado a bromear Alí Rodríguez ha declarado en La Habana que la intervención de las potencias no sólo quiere acabar con la Opep sino apoderarse de la Amazonia para su vil explotación. Por supuesto que buena parte de estos tormentos son pura y simplemente culillo porque se tienen unas cuantas causas pendientes bastante mal cotizadas en las cancillerías "imperialistas" y nuestra capacidad bélica no es como para considerarla admirable, ni siquiera suficientemente entrenada y con muchos antecedentes heroicos conocidos.
(A pesar de Simón Bolívar y otros brillantes uniformados de hace mucho, muchísimo, tiempo). Pero también hay una buena dosis de utilización del eventual martirio en beneficio del mártir mayor y sus proyectos electorales.
Siempre se pueden usar un bloqueo, un invasor, el apocalipsis, los judíos, el vecino, los extraterrestres... para justificar nuestros pecados y suscitar el amor al terruño y a su cacique.
Pero no todos son lamentos, premoniciones y temblores. Hay hechos. Es probable, dicen algunos, que ciertas concesiones muy novedosas del régimen se deben a que temen, por ejemplo, que un huelguista muerto por hambre podría ser equivalente del buhonero suicida tunecino, la chispa que prenda la pradera. O esta espantosa y todavía poco comprensible emergencia de unas milicias del Psuv, en abierta competencia con las fuerzas armadas. O la sustitución de los juegos de futbolito y Mario Bros por los de asaltos a trincheras y gritos de guerra: cosas bastante poco educativas, perversas... que la guerra es mala.
Pero a mí me atemoriza especialmente lo que dice el diputado Saúl Ortega, él o cualquier otra foca, siempre dicen lo mismo, lo que Esteban dice: "Ellos (el Imperio, claro) quieren mandar sus cañones y sus portaviones para robar nuestro petróleo. Los políticos venezolanos... son parte de una agenda intervencionista norteamericana y utilizan la Comisión de derechos Humanos (OEA) para agredir a nuestro país". Esos "apátridas" somos, pues, tan enemigos como los malditos gringos y sus cómplices (como 180 países en el caso Gadafi) y me imagino que merecedores de las mismas represalias bélicas que los imperialistas a los cuales servimos. Somos, pues, una quinta columna. Un caballo de Troya. Infiltrados en las sombras. De manera que, pongamos por caso, ganásemos las elecciones, algunos generalotes deberían considerar un deber patriótico impedir semejante entrega de la soberanía, así sea con una guerra civil. Cosa poco deseable si uno ve las imágenes y lee las noticias del entuerto en que anda metido el aguerrido líder islámico de circense ropaje y ojos feroces.
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