Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Si puede tildarse de locura histórica el tratar de imponer un socialismo radical, un estatismo económico y un autoritarismo político, después de la caída del imperio soviético y el gran viraje chino y el desastre de los escasos sobrevivientes, resulta todavía más insólito intentarlo ahora que Cuba, modelo adoptado por nuestro Proyecto, da pasos cada vez más firmes hacia una sociedad mixta tratando de construir un sector económico privado, reduciendo a machetazos el rol del Estado, y abriéndose con una triste cautela a una cierta pluralidad ideológica.
El caos que ese intento ha causado en un país repleto de dólares petrolero está a la vista y éste afecta a todos los órdenes de la vida nacional. Y como semejante engendro no podía desarrollarse sin una ideología también enloquecida que mezcla elementos fascistoides, militarismo puro y duro, un supuesto marxismo de analfabetos, populismo pocas veces visto, el peor eclecticismo en busca de aliados internacionales que incluía cuanto gorila hay en este mundo y el despilfarro para comprar falsas adhesiones; esa ideología no ha conducido sino a un estatismo corrupto y absolutamente ineficaz y a un capitalismo en estado de coma. Sea cual sea la retórica residual de amor infantil y edípico a un Fidel terminal y el vitorear areperas y empresas de Guayana socialistas en quiebra y al extraordinario slogan de vivir viviendo (e imaginamos que morir muriendo) es hoy una realidad que se impone por ser desmesuradamente real.
Pero como la historia camina casi siempre por vías poco previsibles, lo que viene expandiéndose en América latina es un socialismo moderado y puesto al día, más parecido al europeo que a Corea del Norte.
Democrático, afanado por la producción creciente y el desarrollo tecnológico que en una parte sustancial vienen del abominado mercado. Si modelo queremos este podría llamarse brasileño: una economía liberal a toda máquina, en pos del top ten planetario, y una conciencia social que ha sacado de la pobreza a decenas de millones de sus ciudadanos y que ha merecido los mayores honores para Lula, campeón de las Naciones Unidas en la lucha contra la pobreza.
Por supuesto acompañada la experiencia por un muy saludable nivel de democracia, cuyos medios hacen temblar periódicamente las más altas esferas del poder.
Que Lugo, Funes, Chile que es más que Piñera, Mujica y ahora Humala, sobre el cual deben quedar pocas dudas macabras, se pueden inscribir en esta tendencia expansiva, con mayor o menor suerte, con mejores o peores circunstancias, parece obvio. También muy distintos al innombrable Ortega, las histerias de Correa, el sombrero de Zelaya o las necedades de Evo. Que no es que no se acomoden a las realidades mercantiles pero les encanta el circo y el desvarío económico y político. Dejamos de lado casos más complejos como los de Colombia, Argentina, Panamá...
De manera que existe una forma de ser progresistas, de (otra) izquierda por estos predios latinoamericanos. Quizás para la oposición venezolana, aferrada razonablemente a la unidad frente a la catástrofe, pudiesen ser escenarios algo distantes, pero de todos modos, aquí y ahora, son incitaciones para pensar lo que todo el mundo opositor dice querer y que no basta decir: una economía fuerte, una democracia diáfana y, sobre todo, una distribución altruista y equilibrada de nuestros bienes terrenales.
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