Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Lo de Rata lo tomamos del léxico del Rey de Reyes, como se autodenomina Gadafi entre otros títulos, y el término sirve para calificar a los enemigos, que, además, siempre manda a matar. El caso Libia lo trataremos in extenso en lo sucesivo, a medida que las aguas se clarifiquen y se asienten, lo cual está sucediendo. Por ahora uno de los nudos que hay que desatar es la huida y persecución del Bolívar libio, como lo inmortalizó Chávez. Es lo más cinematográfico también, extraordinario suspenso.
La Rata (mayúscula de honor), dicen, anda en el subsuelo. En un increíble laberinto de incontables kilómetros con numerosas salidas, hasta el borde del mar, con pequeños vehículos para recorrerlo, con bunkers inexpugnables y lugares para emboscadas.
El bunker mayor puede resistir hasta bombas atómicas y, cómo podría ser de otra manera, tiene lujos y ornamentaciones reales.
Al parecer hay el peligro de que llegue a un determinado lugar, todavía en manos de sus fieles y mercenarios, desde donde podría cortar el agua de Trípoli o, más contundentemente, envenenarla.
Pocos dudan que si se le da esa posibilidad no la ejecute y acabe con buen número de los pérfidos roedores que acosan su majestad de más de cuatro décadas y decenas de miles de muertos. Su locura y su ira deben andar en los mayores extremos.
Tiene muchos lingotes de oro consigo, miles de millones de dólares según funcionarios del Banco Central, para rehacer sus esperanzas de prolongar la guerra o, en todo caso, la posguerra que no será de paz sino de infernales castigos, dice y repite.
Las reservas en oro tienen muchísimos usos por lo visto.
Habrá infinidad de rumores: está sitiado y sin salida, huye en camellos a través del desierto, se está bañando en Playa Guacuco en Margarita, unos cirujanos plásticos holandeses lo convirtieron en un clon de Lady Gaga, se murió de la arrechera y lo enterraron en un sitio inaccesible. La imaginación mediática suele no tener otra frontera que el rating. Y, para ser sinceros, el tema es realmente apasionante, lo cual en algo disculpa los excesos de la fantasía periodística.
Ahora bien, como se sabe, estos asuntos de sátrapas en fuga pueden ser muy largos, como lo demuestra el decenio que pasó Bin Laden burlando los más diestros servicios secretos del planeta. O grotescos como la captura de Sadam Hussein en un hueco de mínimas dimensiones, barbudo, maloliente y muy mal ataviado (cosa difícil en Gadafi, dado a los disfraces ostentosos y circenses). A veces algo hilarantes como la detención de Pinochet vacacionando en Londres con la más apacible y segura distención.
Algunos como Mussolini o Hitler mueren con la caída del reino. En fin, ya se verá el fin de la película, que debería ser como todo legítimo suspenso muy imprevisto. No olvidar, tampoco, que hay unos cuantos millones de dólares de premio para el feliz cazador que dé con la presa.
Algunos suponen que lleva encima la espada de Bolívar que ahora no sólo camina, sino corre entre túneles sombríos y asediada por unos curiosos equipos de última tecnología que han aportado en estos días los imperialistas de la Otan para hacerse con "El líder fraternal y guía de la revolución".
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