Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Conspirar necesita cara dura. Requiere que usted tenga la apariencia de un santo varón a la luz del día y en las sombras se convierta en un delincuente constitucional. Nadie anda exhibiendo su condición de golpista.
A los efectos que nos interesan ello implica que como es actividad invisible para la inmensa mayoría uno se la pueda atribuir a todo cristo sin que haya manera de verificar o desmentir la acusación, salvo que agarren al subversivo con un tanque de guerra en el garaje de su casa o en alguna otra flagrancia. La mejor prueba es el testimonio de Esteban que ha jurado haber conspirado durante lustros a la vez que cumplía mansamente sus labores de paracaidista o cantinero. De manera que la fórmula se puede usar con la mayor ligereza como arma política, sin demasiados razonamientos.
Nadie como este gobierno ha utilizado esa categoría, un juicio de intención no verificable, para arremeter contra sus preliminares del golpismo.
Opositores. Si usted, transportista, cierra una calle, arguyendo que han matado a compañeros de labor (y de frías los sábados) como arroz, pues no, usted está conspirando, al menos desestabilizando o guarimbeando, modalidades estas.
Si denuncia el horror de las cárceles o las demenciales medidas de la ministra debutante, lo que pretende es sacar en piyamas al presidente comandante para Cuba en una fría madrugada, con lo acontecido que anda. Si se le ocurre que no ve mucha sintonía entre la Constitución y el general Rangel Silva, lo que desea en el fondo de su alma vil es dividir y enfrentar a las fuerzas armadas. Y la lista no tiene ni principio ni fin.
Pero hay mucho más. Toda conspiración tiene como agente final y decisorio al Imperio. En una de sus evadas el iluminado Evo lo ha dicho sintéticamente: donde hay embajador gringo hay golpe.
Por lo tanto los sediciosos vernáculos no son sino agentes imperiales, apátridas (o apátridos, como dijo el general). Lo cual justifica no sólo cualquier castigo ejemplar sino que, vaya curiosidad, le pueden dar al disidente y a sus compinches un golpe, esta vez legítimo así usted cuente con el voto del soberano, porque es evidente que la trascendental soberanía patria está más allá de cualquier anecdótico evento comicial. Usted ya no es ciudadano, es un traidor, quinta columna, la avanzada del enemigo externo e imperial. En estricto sentido ni siquiera se trata de salvar la revolución sino la patria, la independencia que nos legó el padre totémico.
Esta concepción por supuesto no es nueva. Todos aquellos que se han cogido para sí la nación, todos los déspotas, la han utilizado. Los estalinistas de manera ejemplar, a Fidel le ha dado para medio siglo de terror y silencio. Que aquí se le haya otorgado especial relieve tiene que ver sin duda con nuestra larga tradición cuartelera, sin olvidar el 4F y el 11 de abril, y a las malas mañas que nos ha legado. Pero también nos parece particularmente innecesaria e inútil ahora que nuestras fuerzas armadas sean la guardia personal del Jefe que, como se sabe, es la patria y el pueblo mismos, como afirman los voceros de la Corte. ¿Estarán tan seguros?
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