Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Que nosotros sepamos, nunca, como sugiere monseñor Aristóbulo, se había reunido un conclave de dioses tan amplio y variado, como el congregado para curar el cáncer del Presidente.
Aclaremos que nosotros hemos sido respetuosos y discretos con esa calamidad, que si a ver vamos, es la más democrática de las características de los seres humanos: que sufren y que mueren. El mayor de los lugares comunes. Pero lo que sí nos parece al menos estrambótico es ese show teológico y mediático que pretende someter los designios divinos a la conveniencia política. Se reza en silencio, quien se comunica con el Infinito es el alma, de rodillas, poseídos por la humildad, distantes del ruido mundanal y preferentemente en la penumbra del templo.
Además, en general, se venera a un solo Dios, el verdadero.
Porque, entre otras razones, las relaciones entre deidades no han sido, a través de los tiempos, muy armoniosas que se diga.
Guerras religiosas, genocidios, milenarios desencuentros, herejías imperdonables en un mismo rebaño, inquisiciones crueles, infiernos para los infieles, desprecio y exclusión para las sectas minoritarias... Y ahora este sorprendente ecumenismo de la noche a la mañana, en esta apartada orilla, en este siglo tan laico y pecaminoso.
Es literalmente un portento, por no decir un milagro, puesto que no sabríamos a cuál de los dioses atribuírselo. Curas, pastores, rabinos, monjes budistas, santeros, imanes, chamanes, curanderos, videntes, brujos, silbones sabaneros, etc., han sumado sus voces a la magna empresa histórica.
Una especie de Mesa de la Unidad de los cielos.
Pero el asunto resulta todavía más curioso porque vivimos en un país cuyo régimen se define como marxista. Hace unos días Hernán Lugo decía en El Nacional que el PSUV había adoptado el materialismo dialéctico como fundamento filosófico. Y éste es, en primer lugar, un ateísmo radical: la materia antecede al espíritu. Y si para algo sirven las religiones es para drogar a los pueblos e impedirles luchar por sus legítimos intereses, cosa bien sabida. Además el Presidente y su corte no han sido demasiado cariñosos con los sacerdotes católicos, por hablar de la iglesia mayoritaria, que al fin y al cabo son los representantes en la tierra, buenos y malos, del propio Jehová. Para ser justos hay que decir que la inquina ha sido recíproca. Pero no deja de ser divertido ver a viejos y curtidos camaradas, formados por los manuales soviéticos, dándose golpes de pecho y entornando los ojos hacia cielo en los santos oficios. Nos imaginamos que otros más primitivistas optarán por la santería, Say Baba o María Lionza. Nos permitimos opinar que todas esas efusiones son morcillas para el diablo y que los hipócritas terminarán en la quinta paila o equivalentes.
En vez de hacer bilongos en La Habana, con presencia del alto gobierno cubano, o misas coloradas en Nueva York para la fanaticada de la ONU con la presencia radioeléctrica del enfermo, tranquilícense.
Dejen descansar al canceroso para que alivie su mal. Recuerden los límites de la condición humana y, que exprese el dolor con privacidad, recato y estilo, aquél que lo sienta, que no son todos los llorones públicos. Infórmenle al país seriamente sobre los riesgos que corre por la inusitada circunstancia. Y dejen que los dioses continúen su eterna bronca.
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