Un amigo de esta casa es- cribió un cuento en el cual un ministro del área económica tiene un sueño reiterado y cruel en el cual siente crecer una gran verruga en su calva y hace lo imposible por detenerla. Un psiquiatra, convertido a la postre en asesino, le asegura que el crecimiento del apéndice simboliza la indetenible alza de la inflación y la verruga propiamente viene de su trato cotidiano con su jefe inmediato. Hombre sabio, dijo el ministro. Pero la pesadilla no cesó. No contaremos el final, por razones obvias.
Es sabido que la inflación, ese fenómeno algo mágico, provoca que la moneda guarecida en mi bolsillo, sin moverse de allí, se reduzca sustancialmente de peso y vigor, causando grandes angustias y desesperanza en la población a quien el futuro se le aparece como una funesta pendiente.
El gobierno sólo se dedica a controlar inútilmente los precios, lo que ha resultado incluso contraproducente, incapaz de producir y dejar producir a otros. Debería quitar votos, dicho sea de paso.
Además ella se acompaña con otra patología gregaria no menos aterradora: la escasez, porque esa política primitiva traumatiza la producción y oferta de bienes y servicios.
Mire lo que es buscar en la alta noche, por aquí y por allá, la pastilla para el alza de tensión de la vieja. O la leche para el carajito que el pediatra dijo era vital. O el repuesto para la cacharra para no verse obligado a deambular en autobús durante tres horas al día.
Debe quitar votos también. Y, si no recordamos mal, fue un factor esencial en el histórico Caracazo.
Como el gobierno es, en principio, quien orquesta la economía nacional, debe ser el culpable de estas grandes calamidades públicas. Y seguramente lo es. Ha triturado la industria local, ha espantado la voluntad de inversión hasta del más patriota, ha destruido todo lo mucho nacionalizado, ha llenado de controles y de trabas el universo productivo, todo lo cual ha conducido a una economía de puertos, a importar cualquier vaina, a no sembrar el petróleo. Pero bueno, como el oro negro es ahora más oro que nunca, pudiese esa vía, además de hacer progresar otras economías con nuestras importaciones, abastecer suficientemente el mercado.
Pero no, para eso tenemos Cadivi, encargada de poner suficientes obstáculos e ineficiencia para que las cosas no lleguen cuando deben llegar y la gente se queje y se ponga histérica. No olvidemos los negocios grandes, donde todos los privilegios van a parar a los camaradas con la entrega de dólares y los malabarismos que éstos hacen con ellos.
A falta de alguna solución, sólo resta, en año electoral, invertir esa culpabilidad.
Ya desde hace tiempo se habla del Apocalipsis del capitalismo, etc. Pero más concretamente, en la ocasión, de los acaparadores y los especuladores, como los reales culpables de la verruga. De paso ellos excitan a los compradores nerviosos a adquirir desodorante para el próximo quinquenio. Estamos presenciando con la puesta en práctica de la Ley de Costos y Precios Justos, con severos funcionarios, con guardias nacionales y pueblo movilizado una
batalla ficticia para demostrar con algunos espectáculos circenses bien fotografiados, quiénes son los culpables de nuestros tormentos.
Se lincharán algunos acaparadores, mientras más distinguidos mejor. Y el enemigo del pueblo quedará sin máscaras ante los votantes de Octubre. La economía se irá al infierno pero qué importa si seguimos viviendo y venciendo. Por cierto, alguien dice estar volviendo a oler aromas de Pudreval.
Es sabido que la inflación, ese fenómeno algo mágico, provoca que la moneda guarecida en mi bolsillo, sin moverse de allí, se reduzca sustancialmente de peso y vigor, causando grandes angustias y desesperanza en la población a quien el futuro se le aparece como una funesta pendiente.
El gobierno sólo se dedica a controlar inútilmente los precios, lo que ha resultado incluso contraproducente, incapaz de producir y dejar producir a otros. Debería quitar votos, dicho sea de paso.
Además ella se acompaña con otra patología gregaria no menos aterradora: la escasez, porque esa política primitiva traumatiza la producción y oferta de bienes y servicios.
Mire lo que es buscar en la alta noche, por aquí y por allá, la pastilla para el alza de tensión de la vieja. O la leche para el carajito que el pediatra dijo era vital. O el repuesto para la cacharra para no verse obligado a deambular en autobús durante tres horas al día.
Debe quitar votos también. Y, si no recordamos mal, fue un factor esencial en el histórico Caracazo.
Como el gobierno es, en principio, quien orquesta la economía nacional, debe ser el culpable de estas grandes calamidades públicas. Y seguramente lo es. Ha triturado la industria local, ha espantado la voluntad de inversión hasta del más patriota, ha destruido todo lo mucho nacionalizado, ha llenado de controles y de trabas el universo productivo, todo lo cual ha conducido a una economía de puertos, a importar cualquier vaina, a no sembrar el petróleo. Pero bueno, como el oro negro es ahora más oro que nunca, pudiese esa vía, además de hacer progresar otras economías con nuestras importaciones, abastecer suficientemente el mercado.
Pero no, para eso tenemos Cadivi, encargada de poner suficientes obstáculos e ineficiencia para que las cosas no lleguen cuando deben llegar y la gente se queje y se ponga histérica. No olvidemos los negocios grandes, donde todos los privilegios van a parar a los camaradas con la entrega de dólares y los malabarismos que éstos hacen con ellos.
A falta de alguna solución, sólo resta, en año electoral, invertir esa culpabilidad.
Ya desde hace tiempo se habla del Apocalipsis del capitalismo, etc. Pero más concretamente, en la ocasión, de los acaparadores y los especuladores, como los reales culpables de la verruga. De paso ellos excitan a los compradores nerviosos a adquirir desodorante para el próximo quinquenio. Estamos presenciando con la puesta en práctica de la Ley de Costos y Precios Justos, con severos funcionarios, con guardias nacionales y pueblo movilizado una
batalla ficticia para demostrar con algunos espectáculos circenses bien fotografiados, quiénes son los culpables de nuestros tormentos.
Se lincharán algunos acaparadores, mientras más distinguidos mejor. Y el enemigo del pueblo quedará sin máscaras ante los votantes de Octubre. La economía se irá al infierno pero qué importa si seguimos viviendo y venciendo. Por cierto, alguien dice estar volviendo a oler aromas de Pudreval.
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