La quema de la sede de la FCU, de los vehículos de las autoridades, las fotos de facinerosos con pistolas agrediendo estudiantes en diversos espacios de la universidad, las amenazas e insultos a la Rectora, todo eso y más forma parte de una realidad que no existe
SIMÓN BOCCANEGRA/ FOTO: SAÚL UZCÁTEGUI
Este minicronista escuchaba recientemente en una radio a un periodista que ejerció con libertad el oficio tanto en medios privados como del Estado, en los gobiernos que antecedieron al del Caporal. Nunca (que yo recuerde) recibió una golpiza, o sufrió amenazas, o insultos. Se unió al chavismo, y primero desempeñó un cargo que no exigía muchas capacidades ciertamente, le llevaba cafecitos a Chacumbele para animarlo en sus peroratas.
Posteriormente se sacó si no el gordo, un gordito, es decir, se enchufó en la diplomacia y estuvo por el Caribe y el odiado imperio con el cargo de cónsul. Hoy, desde una emisora que atemorizada por el exceso de democracia que vive el país, saca del aire a periodistas que se oponen al "proceso" para colocar en su lugar a áulicos garantizados del "comandante en jefe ordene", oficia como aventajado exponente de la escuela creada por este, la MM, es decir, Mentir y Manipular.
Angustiado no por los destrozos cometidos por un grupo de fanáticos contra la UCV, por las armas y granadas que cargaban y usaron para tratar de impedir el conteo de los votos, sino porque la Rectora se había referido a ellos como "hordas chavistas", dio los micrófonos al nuevo héroe de la revolución, Kevin Ávila.
La conclusión es de un cinismo que indica hasta dónde Esteban ha envilecido a mucha gente: Ellos son amantes de la paz. Jamás han cometido actos de violencia en la UCV, los condenan. Lo que ocurrió en el Aula Magna fue un pleito entre los seguidores de AD y de UNT.
En dos platos, la quema de la sede de la FCU, de los vehículos de las autoridades, las fotos de facinerosos con pistolas agrediendo estudiantes en diversos espacios de la universidad, las amenazas e insultos a la Rectora, todo eso y más forma parte de una realidad que no existe.
El fablistán de antaño lo dejó hablar y mentir todo el tiempo, y a ratos acotaba algo para apoyarlo. No hay duda. Mejor lo hacía llevándole cafecitos al jefe.
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