Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Entendemos que el programa de la MUD contempla la revisión de esa monstruosidad que es la reelección indefinida y posterga para tiempos más claros y menos urgentes una fórmula, vía reforma constitucional, que establezca un criterio más racional y democrático. A lo mejor es una táctica acertada, prudente.
Pablo Pérez ha sido de los precandidatos el que ha insistido más en su oposición a la prolongación de los mandatarios en el poder.
Nosotros queremos asumir esa propuesta que imaginamos podría ser una noble bandera para el candidato electo en febrero: suprimir definitivamente toda forma de reelección presidencial, tanto más si el lapso para el electo continúa siendo de seis años. Pero igualmente si éste se reduce.
La razón fundamental ya la hemos explicado no hace mucho y es fundamentalmente la imposibilidad para democracias endebles y de frágil estructura institucional de enfrentarse a la artera utilización del poder por el reelegible.
La experiencia siniestra que hemos vivido en el país en estos últimos años en ese ámbito nos debería bastar y sobrar para no intentar esas segundas y hasta enésimas partes que no sólo vician la transparencia electoral. Es el lugar del verdadero fraude como dicen algunos razonablemente, además promueve la corrupción en grandes escalas y enloquece la economía nacional puesta al servicio del voto.
Por supuesto este es un tópico que se puede discutir largamente y de suyo las naciones democráticas practican las más diversas modalidades. Pero nosotros agregaríamos a esa muy práctica razón, que tiene que ver con el subdesarrollo institucional de países tercermundistas, las circunstancias muy particulares que ha vivido Venezuela en estos años de despotismo militarista.
Más allá de todas nuestras calamidades y suelo nutricio de casi todas ellas está la abismal descomposición moral del país y por ende de la vida pública. De manera que si algo debemos intentar, con el mayor rigor, es la transparencia y el ejemplo. Aun exagerando, doblando el bastón para enderezarlo.
En tal sentido el caudillismo que hemos padecido tiene una de sus formas cardinales en la reelección, como ha sucedido con todos los tiranos que en el mundo han sido, quienes conciben que el poder adquirido de buena o mala manera es un don de los dioses hasta el fin de sus días y hasta más allá de éste como lo han demostrado los norcoreanos y su Presidente eterno. Si algún síntoma hay de la enfermedad populista y del espíritu caudillesco, a derecha e izquierda, son las cándidas reformas de la Constitución para agregar una pequeña adenda que sustente el malsano furor por el poder.
Si queremos entonces un país de ciudadanos deliberantes y autónomos y funcionarios que sean servidores entrenados y honestos y no una raza de señores que conduce a la manada amorfa, no deberíamos escatimar las apuestas, aun riesgosas, por un país realmente otro. Moderno y sometido al control de los ciudadanos, sin piaches, ni mitos, ni alegorías patrioteras, ni destinos manifiestos.
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