Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Eso de que no se puede hablar del agua mala sin un soporte técnico, como pretende el Ministerio Público, es una vaina incomprensible y por tanto impracticable.
De suyo la gente ha seguido hablando mal del agua sin pararle un ápice a la Fiscala y a un juececillo de Control de Caracas. La naturaleza de ese basamento científico previo nadie la comprende por más vueltas que se le dé y por tanto la significación concreta de la medida se reduce a otro intento torpe por asustar a los medios, similar por su apresuramiento y consecuente torpeza en acatar las órdenes del Jefe al reciente del Tribunal Supremo que pretendía castigar a la piromaniaca Teresa Albanes por quemar registros electorales, nada menos. Lo más parecido a semejante acción simultánea es el sujeto que se tomó el vaso de agua del Guarapiche, el cual según los malvados rumores del twitter andaría en la una sala de terapia intensiva de una clínica cubana. Consultar al respecto a Bocaranda para salir de dudas.
Pero quedará de esta acción jurídica en los anales del derecho revolucionario el precedente de la razón que la inspira: el agua es naturalmente buena y si uno dice que es mala debe probarlo. Inspirado en esto se podría decir que si un locutor en plena faena siente que el piso se mueve violentamente y alerta a sus oyentes de un movimiento telúrico, pues está delinquiendo porque habitualmente la tierra está en (relativa) calma.
O si uno dice que la Fiscalía miente o desvaría peca de infame porque dicha institución está destinada a defender la verdad y la justicia. Esto se complementa con el derecho que adquiere el ministro Hitchner a hablar de nuestra maravillosa hidrología, así esté produciendo una catástrofe sanitaria como afirman sus contrincantes en esta peculiar batalla. Como se verá, es una curiosa inferencia del principio de la suposición de inocencia. Y qué más inocente que el agua, transparente, cantarina, mansa.
Sobre la Fiscalía es acertado recordar que esta medida tiene más de un antecedente pero el más notable, inolvidable, es el de nuestro siempre admirado Giovanny Vásquez (quién sabe por dónde andará). Se prohibió hablar de este caballero para preservar el derecho a la privacidad y el honor de todo ciudadano. En este caso no sólo era inocente porque todo el mundo lo es hasta que se demuestre lo contrario, sino porque había sido sometido a la infalible prueba ojométrica del fiscal Isaías que consistía en mirar fijamente a los ojos del sujeto para captar su condición moral y la veracidad de sus palabras. Bueno, quienes terminaron develando una de las más tragicómicas aventuras de nuestra historia jurídica, y por tanto delinquiendo, fueron el propio Fiscal, algunos adláteres y el propio Giovanny (si mal no recuerdo José Vicente actuó como actor de reparto), quienes destaparon una olla descomunal, descomunalmente torpe, inmoral y devastadora de la justicia patria. La trampa sale, a veces no hay que exagerar.
Tememos que no se va a producir nunca la prueba técnica que convenza a todos los espíritus encrespados y polarizados y la sospecha rondará implacable en torno al vital líquido. Todavía hay quien duda de la redondez de la Tierra, la evolución de las especies, el viaje de los gringos a la Luna, las sigilosas visitas de los marcianos o el asesinato de John Kennedy. De manera que lo más prudente, mi doña, es filtrar y hervir el agua, por si las moscas y las toxinas.
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