Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Una categoría muy a la moda en la oposición es la del trapo rojo. Es de muy fácil definición y se puede utilizar para casi toda acción del gobierno, correcta e incorrectamente. Dícese de aquellas truculencias del gobierno destinadas a confundir la disidencia, distrayendo su atención de los asuntos de verdadera importancia. Si hay un escándalo, por ejemplo, por una cuantiosa pudrición de alimentos el régimen inventa un intento de magnicidio o un submarino atómico gringo que anda paseando en nuestros mares profundos. Como son cosas bastante extravagantes, amarillistas, novelescas, es muy factible que medios y voceros políticos embistan ciegamente la cuestión, la cual en muy corto plazo desaparece por inverosímil, y se haya conseguido el objetivo de que el gigantesco y delictivo desperdicio de comida haya perdido mucha de su intensidad política.
Eso pasa, sin duda.
Pero en muchos casos no es fácil la aplicación de la expedita categoría. No es sencillo detectar cuándo se trata de un trapo rojo auténtico, intencional, calculado, y no una vaina loca propia de un gobierno disparatero y paranoide. Como el tal mercenario yanqui apresado en la frontera en días pasados, armado de un cuaderno y solitario.
A lo mejor un peregrino testigo de Jehová, ¿pero no cree usted que son vivaces y sentidos los fantasmas de Chacu de que puede terminar sus días como el martirizado Noriega o el linchado Gadafi? Difícil de saber sin un uso muy diestro del diván.
Y de ser así, y no un artilugio de algún laboratorio cubano o bielorruso, se podría pensar que sus pesadillas han aupado cosas muy tangibles y nada despreciables: milicias y grupos paramilitares, armamentismo impúdico, razzia inclemente de oficiales dudosos, zafarranchos con medio mundo desarrollado y hasta, según María Corina, un proyecto para acabar con la FAN y construir un ejército de todo el pueblo. No hay que equivocarse pues.
Pero aún hay variantes significativas. La de la famosa gorra tricolor de Henrique, por ejemplo. Por lo descocada de la medida parece un verdadero trapo para desviar la vista de las gigantescas y apasionadas giras del huracán Capriles. En todo caso somos de los que creemos que le han hecho un gran favor a éste, dándole un símbolo hermoso y funcional que quedará hasta el 7-O.
Pero obviamente la concibieron como un arma contra él y la están usando. Capriles mancilla la majestad del CNE porque siempre ha sido un golpista que, de cajón, va a desconocer los resultados de su inevitable derrota, va a causar una degollina en el país y, acto final, va a propiciar la temida invasión a lo Libia. Suena divertido. Según los estudiosos de lo cómico, uno de los esquemas básicos de éste es el de una pequeña causa que da origen a un desmadre colosal; los colores de una cachuchita que terminan en una sangrienta conflagración internacional. Pero por algo los oficialistas, y el Propio, repiten como loros desde hace meses que la oposición no va a reconocer la voluntad del pueblo. A primera vista para dárselas de triunfadores inequívocos, pero no es muy osado pensar que es una carta para algún otro juego más rudo, si éste se presentara. A veces hay más de un trapo en el paquete y no todos rojos.
Total, apreciado analista, que no es bueno usar mecánicamente y simplificadamente las categorías políticas. Aunque debemos reconocer que ha habido un uso maestro del trapo rojo cuando Capriles decidió tirarle una trompetilla a los ladridos venenosos del Saliente y se fue a conversar con los venezolanos. Chávez quedó peleándose con el viento.
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