Por más que el oficialismo se pinte con los colores de una habitación de bebé, intentando demostrar for export que todos somos felices, la realidad cotidiana es tan cruda que en un solo día todo el plan se derrumba
GERMÁN CABRERA T./TalCualDigital
Es indudable que el venezolano tiene enormes reservas de humor e ironía como para sobrellevar con entereza sus desgracias. También es cierto que de toda circunstancia inventa un chiste, haciendo de la jodedera una filosofía de vida, y que de una manera u otra se las ingenia para vivir con una sonrisa en medio del caos.
Pero de allí a afirmar que Venezuela en su conjunto es un país feliz, como lo hace el gobierno en sus propagandas electorales, hay un abismo. Desde hace tiempo,La Revolución asume como suya la búqueda de "La Mayor Felicidad Posible" para el pueblo.
Ahora, basados en el World Hapiness Report 2012 de la Universidad de Columbia (que me recuerda al patético Premio de Arquitectura de la Bienal de Venecia), el ministro de Comunicación e Información Andrés Izarra y su equipo de nigromantes falsificadores de la realidad intentan vender para consumo de los crédulos políticos del mundo, el concepto de que, gracias a La Revolución Bolivariana, vivimos inmersos en un océano de felicidad.
Cómplices todos del disparate más grande de la historia de Venezuela, inventan un país que no existe. Pero bueno, quienes hemos tenido la suerte de sufrir este proceso (y digo suerte porque terminó de deslastrarnos de conceptos ingenuos en torno a las posibles bondades de "La Revolución") estamos acostumbrados a que la mentira, la descalificación, la improvisación y la reinvención cotidiana de la historia sean las principales políticas comunicacionales del Estado.
Enfrentado a una campaña electoral azarosa, fracasados sus proyectos y ante el avance arrollador del candidato de la oposición, el gobierno acude a los asesores internacionales y al G2 cubano, quienes, dentro de la estrategia de alegría, amor y paz, han decidido que el Presidente apele, como último recurso, a la candidez de un pueblo maltratado y engañado, ofrendándole su faceta más maternal, más besucona, más humilde.
Devenido en ente piadoso, deja de pertenecer al mundo de los mortales y, entre nubes de algodón, se transmuta en "El Corazón de Mi Patria". Para ver si resulta. Pero por más que el oficialismo se pinte con los colores de una habitación de bebé, intentando demostrar for export que todos somos felices, la realidad cotidiana es tan cruda que en un solo día todo el plan se derrumba.
Basta con vivir aquí y escuchar el discurso monocorde repetido hasta el asco por sumisos y acríticos militantes rojos para toparse con el verdadero rostro de La Revolución.
Además de soportar el miedo permanente al hampa desbordada que ha impuesto un toque de queda, el desangre diario de la juventud que muere o emigra, la agresión de grupos paramilitares, la suciedad, la contaminación, la chabacanería, el caos, la miseria, la ineficacia y el autoritarismo, el ciudadano es invadido a toda hora por un Presidente que considera a más de la mitad de la población como "no venezolana" y que califica al candidato de la oposición como "el majunche", "el jalabolas" o "la nada" y que afirma que de perder las elecciones sobrevendría una Guerra Civil.
¿Quién sino un descerebrado puede considerar que este pobre país, dividido y maltratado, es un país feliz? La verdad es que gracias a la revolución delirante Venezuela es hoy un país profundamente infeliz. Pero vamos a cambiarlo. Hay un camino.
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