Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Los señores del PSUV, y el Señor de los señores, los dejan hacer por un rato, los llaman a conciliar y, por último, los ponen firmes y sonrientes bajo la amenaza de expulsarlos del reino y, en consecuencia, hacerlos desaparecer
La escena emblemática de la dedocracia chavista, forma esencial de su autocracia, es sin duda la del mitin electoral de Valencia en el cual Chávez, poseído de una ira incontenible, sin argumentación alguna, le espetó al público presente que clamaba por la candidatura a gobernador del alcalde de Puerto Cabello, que no, que el elegido por él era Francisco Ameliach, y no había discusión posible. Y así fue.
El alcalde Lacava al día siguiente reconoció la idoneidad de la escogencia y nadie más osó hablar del asunto. Así es como se manda. Pero los pequeños seres de la comitiva real suelen hacer un pequeño ritual antes de cada proceso electoral en el que murmuran, se quejan del látigo inclemente y hasta amenazan con alguna disidencia parcial.
Los señores del PSUV, y el Señor de los señores, los dejan hacer por un rato, los llaman a conciliar y, por último, los ponen firmes y sonrientes bajo la amenaza de expulsarlos del reino y, en consecuencia, hacerlos desaparecer. Santo remedio.
En esas andamos. Con algunas variantes que seguramente no cambiarán lo esencial de la comedia pero que son curiosas. Una de las razones de éstas se relaciona, sin duda, con que la victoria presidencial se debió al aporte de los numerosos roedores que caminan detrás del musculoso PSUV. Un millón ochocientos mil votos, para redondear, que hicieron la diferencia.
Parece sustanciosa la razón, pero se anula cuando se observa que estos se reparten en pequeñas cuotas, la mayor la de PCV de cuatrocientos mil votos, y los poseedores de las acciones constituyen un inarmónico conjunto, solo unidos por la vergonzosa condición de sumisos e incapaces de hacer cuerpo para hacerse oír; además esos votos si bien evidencian resquemores con el gran partido de la revolución, no existirían si negasen al Caudillo y la revolución que el monopoliza.
Pero algún aliento les dio. Postularon candidatos propios, cuestionaron duramente a algunos de los ungidos, por ejemplo a Cabezas en Trujillo, lo acusaron de secuestrar el PSUV y de embolsillarse dineros públicos. A Rangel en Bolívar le han dicho de todo, pero los comunistas lo acusan especialmente de antiobrero.
A Carrizalez de haber acabado literalmente con Apure. Hay escándalos con los importados, que solo algunas visitas turísticas han hecho en el Estado que van a gobernar. Se acusa a la dirección del PSUV de maniobrera y antidemocrática, aunque Chávez es inocente, cosa curiosa. Se reivindica la propia autonomía, dignidad y sacrificios pasados. Hasta "indignados" se llamaron. Bulla, pues. Total, de las veintitrés candidaturas todas son las decididas por el PSUV.
Ninguna para los socios del Polo Patriótico de los dieciocho postulados, cero. A estas alturas quedan algunas opciones alternativas inscritas, pero ya pasamos al último acto: conversaciones fraternas y búsquedas de arreglos para el cuadre perfecto, que se dará o casi. Total, el enemigo es el Imperialismo y el Prócer es Chávez. ¿La democracia? Al carajo, caballero, la próxima vez, con los alcaldes.
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