Por: Laureano Márquez/TalCual
El Diablo y el infierno, como todo aquello que infunde miedo, está presente en nuestro humor. Para muestra dos chistes:
El primero es el del infierno venezolano, quizá el más popular, del que existen varias versiones:
Un hombre muere, y va al infierno. Allí descubre que hay un infierno para cada país. Va primero al infierno alemán, y pregunta:
- Qué te hacen acá?; y el último en la fila le dice:
- Aquí, primero te ponen en la silla eléctrica por una hora, luego te acuestan en una cama llena de clavos por otra hora, y el resto del día, viene el diablo alemán, y te da latigazos.
Al personaje no le gustó nada, y se fue a ver en que consistían los otros infiernos.Tanto el infierno estadounidense, como el ruso, y el resto de infiernos de distintas naciones hacían lo mismo; entonces, ve que en el infierno venezolano hay una fila llena de gente esperando por entrar.Intrigado, pregunta al último de la fila:
- ¿ Qué es lo que hacen acá?, y el individuo le dice:
- Aquí te ponen en una silla eléctrica por una hora, luego en una cama llena de clavos por otra hora y el resto del día, viene el diablo venezolano y te da latigazos
- ¡Pero es exactamente igual a los otros infiernos!; ¿porqué hay aquí tanta gente queriendo entrar?.
- Porque nunca hay luz, la silla eléctrica no sirve, los clavos de la cama se los robaron todos y el diablo viene, firma y se va.
El segundo me lo contó en Mérida Sumito Estevez y creo que tiene particular actualidad:
Un venezolano muy bueno (caso raro, pero los hay) murió y se fue al cielo. Después de largo tiempo en la eternidad, le entró la curiosidad de conocer como era el infierno y le pidió permiso a Dios para ir y Él le se lo concedió, pero sólo por una noche. Nuestro hombre llegó a un infierno espectacular: rumba, caña gratuita, mujeres hermosas. El tipo llego como a las 6 de la mañana al cielo pidiendo reunión con Dios de una y le manifestó que renunciaba a la gloria y que se mudaba al infierno. Pidió su cita de pasaporte, compro dólares infernales en el mercado diabólico y a la semana estaba entrando en el infierno con sus maletas. Cuando se abrió la puerta, sin aviso ni protesto, cayó de una en una paila gigantesca y pestilente de azufre licuado. Lacayos de Satanás a los costados lo hundían con tridentes cada vez que trataba se salir a flote. Como pudo nadó hasta el borde la paila e increpó al Diablo sentado en su trono:
- Diablo, ¿qué es esto? Yo vine la semana pasada y esto era algo espectacular, maravilloso... ¡No entiendo que pasó!
Y el Diablo le responde:- Sí, pero una cosa es el turismo y otra la inmigración.
Vienen a colación estos chistes infernales porque esta semana la UNESCO declaró a los Diablos Danzantes de Venezuela, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Y es que en Venezuela, como dirían los amigos de El Cuarteto, el diablo anda suelto. No se trata de algo nuevo, según los especialistas, todo esto data del siglo XVII y es una tradición que hemos venido arrastrando a lo largo de la historia, demostrando con ello que el Diablo es una de las pocas cosas que en nuestro país perdura. Nuestros Diablos (siempre hablando de los danzantes), son una manifestación cultural que une los tres componentes fundamentales de nuestra identidad: España, África y los pobladores indígenas. En otras palabras, muestra la síntesis que somos y cómo los elementos de nuestro ser nacional se encuentran y relacionan. A pesar de que es el Diablo el que esta involucrado en el asunto, la celebración tiene un profundo sentido religioso y espiritual, simboliza el triunfo del bien sobre el mal, porque el bien siempre triunfa los Diablos Danzantes terminan siempre a la puerta de la iglesia, de rodillas, adorando y pidiéndole cacao al Padre Eterno.
Desde las páginas de TalCual nos regocijamos con la noticia, por fin una buena: nuestros Diablos Danzantes son patrimonio de la humanidad, ¡gracias a Dios!
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