Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Estamos seguros que ni Chávez sabe verdaderamente en qué consisten las llamadas comunas, el Estado comunal y cosas parecidas
Nosotros nos atreveríamos a afirmar que es un sustituto balurdo que empezó a coger cuerpo cuando fueron destiñéndose en el complicado aparato ideológico que es el cerebro de Chávez otras opciones como el bolivarianismo caricaturizado, el marxismo manualesco, el marxismo leninismo, el socialismo cristífero y otras muchas, más efímeras o más esotéricas.
Tal parece que en ese complicado artefacto mental hay, ciertamente, un gen utopista que hace comparsa con su megalomanía, con su expreso e impúdico deseo de ser un líder universal, salvador de la humanidad como dice en su programa de gobierno, ahora en manos del pueblo disfrazado de constituyente para modificarlo y enriquecerlo (sic), lo que ya hemos comentado ampliamente.
Por lo demás absolutamente contradictorio con otras posturas suyas y de los suyos, como ser potencia, competir de verdad en Mercosur, ser eficaces con eficacia supervisada por una Almiranta, tímidos guiños a los empresarios, o no seguir regalando los escaseantes dólares del petróleo, como se hace con el increíble subsidio a la gasolina, más para los ricos que para los pobres, es decir, las promesas de salir no del populismo sino del populacherismo que tan abundosas cosechas de votos le ha dado.
Una comuna es una forma muy primitiva de producir y administrar la vida pública, tan primitiva como el trueque que le es inherente, y que no tiene mucho chance, digamos, de competir con las poderosas y muy modernas empresas brasileñas y argentinas.
En nada sirven para enfrentar la gigantesca crisis económica que se nos viene encima, con déficit, deuda pública gigantesca, inestabilidad de los precios petroleros, incremento de la inflación, eventual devaluación, burocracia obesa y torpe, ineficiencia a toda prueba.
Eso lo único que admite es apretarse el cinturón, un paquete de los buenos sino queremos volver a la horda ancestral. Pero posiblemente algo harán, porque sirven para muchas otras cosas que convertirnos en gran potencia. Para darle una forma más acabada y solemne a esos consejos comunales que son, en el fondo, células del PSUV.
Para fastidiar al gobernador o al alcalde opositor, serruchándole los fondos que vienen de esa mitad del presupuesto que el Caudillo guarda debajo de la cama y que dispone a su único parecer y enviándole a los comuneros algunos cobres a capricho, bien predeterminados desde muy arriba y con fines no menos impuestos, para determinadas tareas no muy complejas, tales como fábricas de perinolas o dulces de leche.
En pocas palabras, para lograr dos objetivos: el combinar productividad y dádivas, capitalismo y limosna, mantener la ilusión del amante corazón del pueblo y, de otra parte, robustecer el sueño de cualquier totalitarismo, fundir el Estado y el partido bajo la férrea mano del Jefe único y poder controlar hasta las cervezas de los sábados y días feriados. Lo demás son tan cuentos chimbos como la ruta de la empanada o los gallineros verticales.
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