Por: Teodoro Petkoff/TalCual
Para el próximo 8 de diciembre están fijadas las elecciones municipales, cuyos concejos, por cierto, tienen ya largos años de sobregiro, en una muestra más del desvencijamiento institucional del país. En general, en la tradición política nacional, a las elecciones municipales se las suele considerar como una suerte de comicios menores, sin la importancia de los otros.
Sin embargo, si se mira bien la cosa, son procesos que eligen a los funcionarios de base de las comunidades, a aquellos casi, casi, más directamente salidos de la población, aun descontando la indispensable mediación partidista. Esa misma minusvalidación de los concejos municipales hace pasar por debajo de la mesa las desmesuradas violaciones institucionales implícitas en el alargamiento que a veces luce como indefinido del periodo de los concejos, lo cual, desde luego, distorsiona las propias bases del Estado democrático.
En esta oportunidad, sin embargo, las elecciones en los municipios poseen una importancia política adicional a la que de por sí y a pesar de las consideraciones anteriores sobre el valor que se les atribuye le es inmanente a su propia naturaleza.
Esa importancia está vinculada a todo el proceso político-electoral que ha vivido el país desde el 7 de octubre pasado, cuando se reeligió al presidente Chávez.
Ya en esta ocasión fue visible el descenso del peso electoral del fallecido mandatario con respecto a su anterior reelección, en 2006. Tendencia descendente del chavismo que se mantuvo, en otros procesos electorales habidos durante el periodo, especialmente entre los años 2008 y 2012.
De hecho, mientras Chávez sacó diez puntos de ventaja a Capriles, en 2012, Maduro ganó (en proceso cuestionable y cuestionado), apenas por menos de dos puntos.
En este sentido, ya lo señalamos antes, las elecciones municipales de diciembre próximo son un topo a todo para gobierno y oposición (y por lo mismo hay que estar muy alertas y vigilantes).
Ganar, para la oposición no en número de concejos municipales a controlar, que seguramente serán menos que los que caigan en manos de sus contrarios, sino en el total de la votación general, como ocurrió en las elecciones parlamentarias, denotaría el irreversible curso de cambio, en búsqueda del restablecimiento pleno de la vida democrática, que sigue la política nacional. De otro lado, hay un aspecto que debe ser seguido con atención.
Es cierto que el electorado chavista se ha reducido, pero también es cierto que en la política del chavismo bajo Maduro se notan cambios interesantes con respecto a la de su antecesor.
Todavía es temprano para valorarlos en su justa medida, pero pareciera ser de interés del país el que la orientación que se podría intuir de su despliegue cuaje seriamente en una concreta y definida apertura democrática y de liquidación de los resabios autoritarios. De ser así ganaríamos todos.
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