Del nuestro siempre se ha dicho que es un país agraciado y hasta bendecido por la naturaleza debido a su diversidad paisajística. También se dice (y lo repite el ministro Izarra) que Venezuela es un destino turístico de gran atractivo.
Coincidimos con Izarra en que es interesante viajar a un país de hermosas playas, llanos y montañas, y que a la vez se pueda presenciar un atraco en plena calle, que te abran las maletas y te roben los artículos de valor, que al subir por la autopista te atraquen y te lleven a un hospital donde no hay alcohol ni algodón y que cuando te trasladen a una clínica, mientras te desangras, el seguro no dé la clave de acceso para que te atiendan.
En el ínterin, los policías te han requisado la cartera, el reloj de lujo, el celular y la laptop. Mientras esperas, ves por televisión que en un pueblo masacraron a ocho jóvenes, secuestraron y dieron muerte a un comerciante portugués, que a un diplomático le aplicaron un secuestro exprés, que guardias nacionales mataron a una señora y a una de sus hijas y otra quedó malherida.
No basta, Izarra, con disponer de escenarios para la recreación o un patrimonio artístico o histórico si no hay garantías para la seguridad ciudadana.
Escudado en su sonrisa plástica, Izarra sugirió, para asombro de todos, que se instruyera a los turistas sobre los sitios donde estarían a salvo de la delincuencia. Eso equivale a sugerirles que se abstengan de viajar a Venezuela porque aquí no hay un lugar a prueba de maleantes.
Un contundente fundamento a esa afirmación se lee en Aporrea, en la edición del sábado 20 de julio, en la cual el señor Antonio Rangel cuenta su tragedia: “Viajaba el bus número 019 a eso de las tres de la tarde del 17 de julio pasado, con el cupo de pasajeros completo entre el Aeropuerto de Maiquetía y Parque Central.
Muy poco después de iniciar el recorrido, tres maleantes se pusieron de pie amenazando con armas de fuego para informar que se trataba de un asalto y que para evitar cualquier daño debían permanecer con el cuello doblado, como jugando al escondite”.
Refiere Rangel: “Transcurrió un siglo de dos horas y media aproximadamente, luego de transitar por rutas de difícil identificación, para hacer el inventario de los objetos robados, lavar la sangre de las heridas propinadas con la culata del revólver a cuatro de los pasajeros por el más agresivo de los rufianes e identificar que el viaje cercano a la muerte había concluido en el kilómetro cero de la vía Caracas-Valencia, en el Módulo de Auxilio Vial”. Se nos cuenta, además, que en la unidad secuestrada viajaban dos policías, que nada pudieron hacer para evitar la agresión.
Está claro que el único turismo practicable en el país es el “de aventura”, y que Izarra debería repartir volantes, afiches y pegatinas para promover en el mercado internacional una odisea inolvidable, que puede incluir hasta el deceso e inhumación de quien se embarque en ella.
El Nacional
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