Venezuela no es un país democrático o es la excepción del mundo democrático. Inagotable y necesaria discusión, pero el hecho cierto es que hoy, a la hora del día que desee, el hombre se encadena y ya nadie sale a cacerolear
CARLOS OTEYZA/TalCualDigital
¿En qué país del mundo el presidente puede encadenar los medios de comunicación porque se le antoja condecorar a tres deportistas o porque va a inaugurar un kilómetro de carretera?
En ningún país democrático. Venezuela no es un país democrático o es la excepción del mundo democrático. Inagotable y necesaria discusión, pero el hecho cierto es que hoy, a la hora del día que desee, el hombre se encadena y ya nadie sale a cacerolear.
Ver al hombre encadenado es respirar el abuso, la torpeza, la prepotencia, hasta algo de lástima.
¿Qué demonios le pasa a este tipo? Es lo mínimo que cualquiera se pregunta. Más allá de por quién se haya votado, cuando aparece o se oye al encadenado se carga el ambiente: oportunismo, imitación, sketch radiorochelero sobre los años 60.
Por supuesto que este no es el caso, pero la realidad del asunto es mucho peor, es la degradación de la política, es la imposición autoritaria sin gracia, es el mago a quien se le ven las cartas marcadas, son treinta millones de ciudadanos silenciados `porque yo también puedo hacerlo, todavía tengo dinero para jugar a la revolución’.
Imponerle a una sociedad el uso de las cadenas es uno de los mayores logros alcanzados por el poder autoritario en nuestra reciente historia. Porque más allá de la percepción individual que se pueda tener frente a esta práctica antidemocrática, encadenar los medios es una arbitrariedad, un antojo castrador de la libertad, un ejercicio despótico del poder.
Quizás una de las virtudes que tienen las cadenas que Maduro viene imponiendo a la ciudadanía es que venezolanos que ayer consentían obedientemente esta práctica, comienzan a sufrir en carne propia la molestia y profunda vejación que significa esta práctica.
Ahora sí se sienten incómodos por lo que ayer consentían, pero en el fondo son las mismas cadenas que por más de 13 años el presidente anterior nos impuso a los venezolanos y que no deben existir en gobiernos futuros.
Porque una cadena no debe justificarse por la personalidad del protagonista, como una patada en el pecho en el medio del campo, no puede dejar de sentenciarse falta porque el autor del patadón juega bonito o es de nuestro equipo favorito.
La ley es para todos. Golpear al otro es una falta. El uso de las cadenas es una imposición arbitraria del poder, es una bofetada a la libertad, una viveza, una orden ilegal impuesta a la ciudadanía. Hay quienes, visto lo patético del espectáculo, podrían salirle al paso y vociferar `bueno ahora cálenselo’. No es para tanto.
Por cierto no hay tanta originalidad en el asunto, en la España franquista de los años 50, a las emisoras de radio las obligaban a encadenarse dos veces al día, con Radio Nacional de España para trasmitir las noticias y una voz marcial anunciaba: "Diario hablado para España de Radio Nacional. ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presentes! ¡Viva Franco! ¡Arriba España!"
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