Por: Laureano Márquez/TalCual
Son tiempos de apoyarse en eso que Augusto Mijares denominó “lo afirmativo venezolano”. Los venezolanos olvidamos con frecuencia, en medio del pantanal de nuestras cotidianidades, los nombres de los hombres que han dedicado su vida a la bondad y la virtud y que han hecho que nuestra patria sea floreciente, mejor, más culta e inteligente.
Uno de esos hombres virtuosos que esta tierra nuestra ha producido para la humanidad toda es el maestro Carlos Cruz Diez, quizá el más universal de nuestros artistas, cuya vida y trayectoria nos hace sentirnos particularmente orgullosos de ser venezolanos.
El mundo es combinación de color y fenómenos ópticos. La realidad también puede engañarnos, involucrarnos y hasta marearnos. Caminamos por las obras de Cruz Diez, las pisoteamos sin que él se moleste, porque así las pensó. Nos involucra hasta hacernos formar parte de ellas, como si en vez de Diez, fuese Dios, un dios del color que nos hace a su imagen y semejanza como si fuésemos luz y nos hiciera pasar por un prisma para decirnos que nuestra propia vida puede ser luminosa y colorida. El mundo de Cruz Diez cambia cada segundo. Quizá quiere hacernos tomar conciencia de que, las más de las veces, las cosas no son lo que efectivamente parecen, que lo real también puede ser incomprensible y que nuestro entendimiento, como diría Kant, constituye su objeto, que los colores solo están en nuestro mirar.
“El discurso de un artista está dirigido al espíritu de sus semejantes”. Es una frase suya. Nuestro espíritu es mejor, solo por el hecho de su existencia creativa. Venezuela también tiene alma, hay un espíritu nacional que se nutre de la riqueza de los artistas, de la inteligencia creativa, de la fuerza de la cultura cuya fe en ese proyecto que se inició hace poco más de 200 años sigue intacta a pesar de los desatinos de nuestro devenir.
La historia de la humanidad es larga y si algo nos demuestra es que de los tiempos dolorosos van quedando relegados como un mal recuerdo y que lo único que prevalece es el arte. Los museos son los templos de la reconciliación del alma humana consigo misma. El arte es lo mejor de lo que somos, porque es la fe inmortal de que podemos y debemos ser buenos y felices. El arte es la prueba de que el hombre no ha perdido todavía la fe en sí mismo.
Cruz Diez es un niño, comenzó su vida jugando con el color y la forma y no ha podido parar. Para los venezolanos, él es motivo de orgullo y esperanza. Nos da la certeza de que la excelencia entre nosotros es posible y a veces más frecuente de lo que nosotros mismos imaginamos. Su trayectoria y su vida hacen particularmente válida esta dolorosa reflexión de Mijares en “lo afirmativo venezolano”:
«Pero la verdad es que, aun en los peores momentos de nuestras crisis políticas, no se perdieron totalmente aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar para la patria. Aun en las épocas más funestas puede observarse cómo en el fondo del negro cuadro aparecen, bien en forma de rebeldía, bien convertidas en silencioso y empecinado trabajo, aquellas virtudes. Figuras siniestras o grotescas se agitan ante las candilejas y acaparan la atención pública; pero siempre un mártir, un héroe o un pensador iluminan el fondo y dejan para la posteridad su testimonio de bondad, de desinterés y de justicia»
Gracias querido maestro Cruz Diez por estos 90 años de bondad, desinterés y justicia.
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