Por: VenEconomía
Todo parece indicar que una de las equivocaciones más grandes de Hugo Chávez fue haber ungido como su sucesor a Nicolás Maduro, no solo por su manifiesta incapacidad de conducir un país y darle soluciones a los ingentes problemas que acosan a los venezolanos, sino porque parece destinado a enterrar el proceso político que el difunto mandatario preconizó.
Cuando Chávez buscó la vía electoral para llegar al poder, anunciaba que sus intenciones eran hacer un cambio “para mejor” en las condiciones económicas y sociales de los venezolanos. Hablaba de inclusión, igualdad, respeto, empleo y salarios justos, viviendas dignas, soberanía alimentaria y todo un cúmulo de derechos que debería ser la norma (y no la excepción) en los países del mundo, y más aún en Venezuela, una nación con ingentes recursos naturales y ventajas comparativas.
Ciertamente, que Chávez primero erró al escoger como modelo de país a seguir la isla de la felicidad de la Cuba de los Castro. Tras este mal sueño volvió al país patas arriba, cambiando todo sin dar solución ni respuesta a nada. Cambió a la brava desde el nombre de la República, su Constitución, sus símbolos patrios, los nombres de los ministerios, la legislación y hasta la instrucción escolar. Destruyó la institucionalidad democrática, la separación de poderes, la posibilidad de alternancia en el poder, el valor de la moneda, la civilidad, la sana convivencia y hasta los principios y moral de los ciudadanos. Violó con total impunidad todo tipo de derechos y libertades.
Pero, aún con este tsunami tuvo el “don” de ingeniárselas para mantener la esperanza de una mejor calidad de vida entre muchos venezolanos que pusieron su fe en él y en su proyecto político, sembrando la percepción en la opinión pública nacional e internacional de que los errados eran los “otros”, ésos “vende patria” que osaban oponerse a sus designios.
Su muerte, que aún no está completamente esclarecida, catapultó a Maduro en la silla presidencial. Un hecho nefasto. El hombre no tiene legitimidad de origen y sigue sin encontrar el carisma necesario para hacer creer a la población que las cosas van a mejorar. No logra tampoco Maduro enderezar ni apretar las tuercas de la economía ni de lo social que 15 años de socialismo mal concebido torcieron y aflojaron.
Lo grave es que ahora cuando el fracaso de esta revolución frustrada les salta a la cara a los sucesores, con un país seco de divisas, de alimentos, de bienes y de moral, han decidido jugarse a Rosalinda y arreciar la represión.
Las señales ya van evidenciándose con claridad: Redobladas amenazas e insultos contra los líderes de la oposición; nuevas expropiaciones de empresas; represiones y agresiones contra cualquier tipo de protesta o manifestación; militarización de todo sector y actividad del país, incluyendo las cajas registradoras de los dispendios de alimentos y amenazas a granel contra todo medio de comunicación, articulistas o analistas que se atrevan a divulgar o informar sobre la realidad de la situación de la oferta de alimentos. ¡Vaya caradura, prohibir que se hable del mal que padece todo el país!
¿Cómo esperan tapar el sol con un dedo, si hora tras hora cualquier ciudadano se topa con anaqueles vacíos, colas extensas para acceder a los supermercados, incluso observar o protagonizar enfrentamientos para obtener un producto de la dieta diaria?
Lo que sí se percibe como certeza es que con Maduro, la utopía de la Venezuela bonita de Chávez se escapa como agua entre los dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario